San Bernardino, el simpático (20 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Si usted cree en la buena suerte, en la buena suerte del azar, que es una suerte que casi nunca llega, juéguele hoy al ocho. No puede darse mayor coincidencia para un individuo que pareciera andar por la vida sin suerte. Es el caso de que este tal Bernardino, el que nació en la Siena italiana, lo hizo el ocho de abril, y de ahí en adelante el ocho lo persiguió al menos en los momentos más cumbres de su carrera, me refiero a su carrera vital. Nació el ocho, se bautizó el ocho, tomó el hábito franciscano otro día ocho y fue ordenado sacerdote otro ocho. Así es que si no prospera este número, sobre todo al amparo de San Bernardino, es que la suerte no esta para uno. Eso sí, no se le puede implorar al santo protección en este aspecto, pues fue acérrimo luchador contra los juegos de azar, tal así que, andando por Polonia, en ese afán de predicación que siempre lo impulsó, arremetió contra este tipo de juegos, a tal punto que el negocio de las apuestas y del dinero fácil fracasó. Dicen que un fabricante de naipes lo emplazó:
- Desde que usted anda con esas predicaciones contra los juegos, estoy quebrado. No he podido volver a imprimir cartas.
- Pues en vez de cartas, imprima estampitas –le contestó el santo, no por darle consejo sino por instarlo a otros menesteres. Pero el fabricante le tomó el consejo al pie de la letra y en vez de cartas se dedicó a imprimir estampas de santo. Y el negocio prospero. Así que es posible que el ocho, tal día como hoy, aunque sea a escondidas del santo, nos traiga suerte.
Era este Bernardino un tipo simpático, eso lo atestiguan todos. Vamos, de esos que cuando hablan, sea de lo que sea, le sale el salero por la boca. Así que su conversación era como la risa, que cura. Eso si, se enfurecía cuando alguien quería imitarlo en eso del gracejo y para lograrlo utilizaba palabras mal sonantes. Y es que la gracia no está en la grosería sino en el temple. Y para eso hace falta gracia, no palabrota.
Gracioso el hombre, y bien parecido. Dos cualidades para andar por la vida sin tropiezo. A él se juntaban quienes querían conquistar, es decir, los aprovechados de oficio, los que se arriman siempre para sostenerse cuando, a solas, sólo se tambalean.
Hacía buenas migas. Y por ello convenció a más de uno de su edad para enterrar a esos muertos producto de la peste negra que asolaba la región y que nadie quería sepultar por temor al contagio. Dicen que ninguno de ellos llegó a enfermarse.
Pero lo suyo era la predicación, a pesar de que él pensaba que no tenía cualidades. Creía que su gracejo no era serio para ese menester, pero gracia es gracia, y por eso la llaman santificante. Así que hizo de la predicación su sino y todas las plazas, caminos, iglesias, ermitas, escampados, lugares de encuentro se convirtieron en su púlpito predilecto.
- Es que tiene mucha gracia lo que dice –decían.
Y es que la gracia tiene gracia. Y en eso paso su vida: predicando, derrochando gracia, convenciendo de que la gracia santificante era la Gracia que salva, la gracia que eleva, la gracia que congrega, la gracia que logra la convivencia, la gracia que sonríe.
No sé si habrá algún santo patrono de los graciosos con gracia, pero si no lo hay ahí dejo el dato para quien tenga poder de nombrarlo.