San Luis Gonzaga en el desfile (21 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

De muchacho y de joven, se las traía. No era para menos: fue educado en las artes militares, y en esas artes ya sabemos como es el comportamiento de los soldados. Claro, a él no lo educaban como soldado raso, porque no era ese su estatus. Hijo de marqués, iba para marqués, con toda la exquisitez de los marqueses, pero también con todas las artimañas de ellos.
Rodeado de soldados, imitaba a los soldados. Los imitaba en el hablar, que es una de las artes que antes se imitan, y ya sabemos cómo es el hablar de los soldados. Y los imitaba también en las bromas. Algunas, pesadas. Otras de picaresca. También bromas con mala uva. Cuentan que en una ocasión, jugando con un cañón, lo hizo explotar en el patio. Pudo causar una escabechina, pero como era hijo de marqués, el desastre se convirtió en gracia, y lo que a un soldado le hubiese costado calabozo, él se quedó con el regaño poco convincente del Marqués.
Cuando comunicó al Señor marqués que deseaba entrar en religión, el militar lo tomó en principio a broma. No era posible que un joven tan despierto, y tan dado inclusive, a quebrantar las normas, le diera por semejante disparate.
- ¡Que va en serio, padre!
- ¡Ya se te pasará la fiebre!.
El señor marqués hizo lo posible para que esa fiebre pasara. Las fiestas eran un buen entretenimiento, las reuniones en los palacios igual, los juegos y torneos no digamos. Y las mujeres. Era este muchacho de buen ver, de buen porte, de estupenda palabra, dado a todo lo que fuera oropel. Era este joven hombre de palacio, en el cual vivir y para el cual vivir. Así es que la fiebre podía ser momentánea.
- Luis ¿ya se te fue de la cabeza lo de entrar en religión?
- Pues no, padre.
- Ya se te irá.
Se organizó un desfile en toda la regla. Los soldados en sus cabalgaduras lucían todos los pertrechos y el donaire. Las mozas aplaudían a su paso. Luis, no se sabe si para fomentar su fiebre religiosa o como una más de sus extravagancias, montó un burro para seguir al son de trompetas y redoblantes. Al principio, risas. Parecía un payaso en medio de todo aquel derroche de militarismo. Pero cuando se percataron de que el asunto no era de circo, los silbidos arreciaron. No estaba acostumbrado a que se burlaran de él, por lo que agachó la cabeza y se apeó del borrico.
- ¿Todavía piensas en el monasterio?
- Más que nunca, padre.
Y no le quedó más remedio al Marqués que acceder a sus ruegos.
Ingresó en los jesuitas. Y se dedicó a socorrer a los enfermos. No enfermos cualesquiera. Enfermos de tifus. Enfermos que podía contagiar. Y como estos virus no perdonan, Luis Gonzaga quedó infectado.
Era todavía casi un muchacho: 23 años. Era el año 1591. Y murió.
Pero dicen que el mayor descalabro lo tuvo montado a las ancas del burro.