La Santa de la Herida en la frente (22 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

De verdad, desconozco el por qué del “Santa Rita, lo que se da no se quita”. Presumo que debe de ser por la rima. Lo cierto es que esta mujer, casada, madre de dos hijos, de esposo poco confiable, no tiene en su haber dotes de andar de acá para allá repartiendo en exceso. Obras de caridad sí hacía, de no hacerlas no podría haber sido carmelita, como lo fue una vez que quedó viuda. De todas formas es bonito el dicho: Santa Rita bendita, lo que se da, no se quita”.
Mal lo pasó esta mujer, inclusive como mujer lo pasó muy mal. Yo la convertiría hoy en santa de las mujeres maltratadas por los esposos, fenómeno cruel que ahora está tan de moda.
Se casó sin querer casarse, sólo por obedecer a sus padres, por no darles el disgusto de rigor, por ceder a las pretensiones. No quería casarse al menos con el que se casó. Y razones tenía en sus sospechas. Una vez casada sufrió lo que las mujeres casadas sufren cuando los esposos se empeñan en hacerlas sufrir. Dicen que el tal era un tipo cruel. No dicen que le pegara, pero hay que suponerlo. Ser cruel corresponde a una terminología que no deja lugar a dudas.
Pues siendo su esposo cruel como dicen, con él tuvo dos hijos. Las mujeres que se casan para tener hijos tienen que dejar de lado la crueldad contra ellas para acceder al fin del matrimonio. Así antes. Así, al parecer, ahora. Dos hijos tuvo. Y la querían. También querían al padre, porque los hijos, ante disyuntivas así, no saben qué camino tomar.
El esposo de Rita, además de cruel con la esposa, debió de ser pendenciero con todo el mundo, eso que ahora entendemos como buscador de pleitos. En una de esas fue asesinado. Y los hijos, como todo hijo que se precie, intentando la venganza.
Su madre se opuso:
- Dejen a esa gente en paz ¿para qué más muertes?
Pero los hijos, insistían.
- Miren, muchachos, que quien a hierro mata, a hierro muere.
Y los hijos insistían.
- Si no se les va esa idea de la cabeza, también ustedes van a morir.
Y cuentan que los muchachos al poco murieron.
No sé si Rita quería a su esposo; sospecho que no. Primero, porque no se casó con él por convencimiento sino por obediencia paterna, es decir, no por amor. Segundo, porque no se puede adorar a quien te apalea diariamente. Pero sufrió cuando lo asesinaron, eso sí consta.
De ahí en adelante no quedaba más que el cambio de vida, algo así como el refugio. Y se decidió por la orden de las carmelitas. Como ocurre cuando se toman estas decisiones, se empeñó en una vida absolutamente distinta a la hasta entonces. Oración, meditación, limosnas, obediencia, esas cosas. Dicen que era muy devota de la corona de espinas, a tal punto que una de las espinas de la corona del Señor se le incrustó en la frente y se le infectó. Y murió. No doy mucho crédito a esta leyenda. La Espina que Rita llevaba clavada desde siempre fue la de las palizas que le propinaba su esposo, que duelen de verdad. O sea, que aunque no fuera mártir pudiéramos considerarla como tal: mártir de lo doméstico, mártir del ama de casa mancillada, mártir por acceder a un casamiento sin amor. Y si la nombramos protectora de las mujeres mártires y anónimas de ahora tampoco exageramos.