Fernando III el Santo, o el Milagro de la Piedra (30 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

La catedral de Burgos es un enjambre de agujas de piedra gótica que pretenden enhebrar tierra y cielo, cielo y tierra. Tierra castellana y cielo castellano. Tierra de día y de noche, cielo de noche y de día.
Las agujas de la catedral de Burgos son tantas que son todas, cada una apuntando a cada estrella veraniega o invernal, primaveral u otoñal, cada una indicando un camino para recaer en el camino único.
No sé si el obispo Mauricio, ni sí si Fernando III, oficialmente santo, sabían lo que estaban patrocinando cuando pusieron la primera piedra de esta catedral, allá por el siglo XIII, justamente el 20 de julio de 1221. Tampoco sé por qué llaman santo al rey, pero aunque lo desconozco, con esta catedral es suficiente, porque la catedral de Burgos es un milagro de piedra con alma, de espíritu que se estira desde la meseta castellana para llegar a la meseta del castellano cielo estrellado.
Esta catedral de Burgos es santa por dentro y por fuera, es espiritualidad externa e interna, es alma que se deja ver en toda su diafanidad. Quien no piense en Dios oteando las agujas de la catedral de Burgos es porque es ateo. No cabe otra alternativa. Y quien no crea en la perpetuidad, o en el éxtasis, que venga a Burgos y se enfrente a la catedral, alce la mirada y comprobará a dónde lo encaminan.
Fernando III, el Santo, se casó en Burgos, pero no en esta catedral que todavía él no había ordenado. Venía envuelto en la victoria de las Navas de Tolosa contra los musulmanes. Eran tiempos de guerras musulmanas, como los de ahora, con mártires de bando y bando, como los de ahora, con pleitos de herencias políticas, linderos y geografías, como los de ahora. Eran tiempos de buenos y malos, como los de ahora, aunque ni entonces ni ahora lleguemos a descifrar cuáles los buenos y cuáles los males.
No cabe duda de que Fernando III, el Santo, tenía debilidad por la fe católica, y no solamente porque en su agenda primara acabar con los moros a como lugar diera, sino por esa constancia de la fe petrificada en las catedrales. Además de la de Burgos, se empeñó en la de Toledo. Así que la santidad de este gobernante está amarrada a la piedra gótica castellana que emerge del suelo para caminar hacia el cielo por el sendero apuntalado de las agujas.
Pero es que, además, junto a su padre, fundó la Universidad de Salamanca, lo que le imprime otro talante de santidad laica, cosa que en aquellos tiempos no se daba. Pero algo tenía este hombre en su alma, además de las armas en sus manos; lo sucede su hijo Alfonso X, el Sabio. O sea, que del camino de la santidad hacia el camino de la sabiduría, que no deja de ser el mismo y único.
Las agujas de la catedral de Burgos continúan escribiendo desde el suelo en el cielo todos estos milagros.