Eulogio o el sonido del reloj (11 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Mi abuela me decía:
- Cuando el reloj del torreón dé las horas, haz la señal de la cruz.
- ¿Para qué, abuela?
- Tú santíguate.
Tan, tan: en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Para qué, ya era cuestión de mi abuela. Posiblemente, y sin yo saberlo, salió algún alma del Purgatorio, pues era lo que a mi abuela le rondaba por la cabeza: redimir a las ánimas.
El abuelo de Eulogio dijo un día al nieto:
- Hijo, cada vez que el reloj de la torre dé las horas, reza una pequeña oración, más o menos así: “Dios mío, ven en mi auxilio, ven a socorrerme”.
La propuesta del abuelo de Eugenio era más concreta y personal que la de mi abuela.
Lo cierto es que yo siempre he mirado al reloj del torreón de mi pueblo con un respeto muy especial, casi tanto como cuando los ojos se me van a donde las campanas de la torre, que parecen ser más sagradas por ser campanas de iglesia. Algo de misterioso ha quedado en el recuerdo de ese sonido del reloj del torreón, esas cosas que uno no entiende de muchacho pero que después afloran y hasta se le encuentran sentido.
Eulogio nació en Córdoba, que es mucho decir. Nació cuando Córdoba era musulmana política y religiosamente. Córdoba siempre ha sido la que sigue siendo, mezcla de mezquitas e iglesias, mezcla de saberes de ambas orillas, mezcla de encuentros para perdurar, mezcla de sones musicales, mezcla de confluencias. Y allí nació Eulogio. Nació en un tiempo difícil para su fe, cuando los mahometanos no otorgaban demasiadas libertades a los creyentes de Cristo. Pero el hombre se hizo valer. Era respetado en el entorno, incluido el entorno musulmán, porque era hombre de ciencias, y en eso los musulmanes siempre han sido muy respetuosos, concretamente los cordobeses. Y el saber es una virtud, más todavía si se pone empeño en el saber, como lo hizo Eulogio.
Tenía fama de buen hablador, de excelente conversador, de hombre que sabía convencer con la palabra. De ahí su nombre: Eulogio, el que habla bien.
Pero hete ahí que la convivencia se trocó y comenzó la persecución contra los cristianos. Política y fe una vez más en el fiel de la balanza. Pero Eugenio se dedicó a defender a los suyos. Tanto que, a una doncella musulmana, convencida de dejar su fe para abrazar el cristianismo, y por ello amenazada de muerte por los suyos, fue protegida refugiándola en su casa. Los pesquisas dieron con ellos y ambos fueron apresados. Los juicios eran irrevocables. Eulogio pudo salvar de la muerte apostatando. Y dijo que no. Y por eso lo mataron.
Y por eso, días después, mataron a la musulmana conversa, de nombre Lucrecia, hoy santa.
Yo creo que en el último momento Eulogio escuchó el tan, tan de cualquier torreón relojero de Córdoba y rezó la oración que le enseñó su abuelo:
- Dios mío, ven en mi auxilio, ven a socorrerme.