Juan de Mata y los rehenes (10 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Cuando el avión despegó y cambió el rumbo llegó la alarma:
- Esto es un secuestro y tenemos a ciento cincuenta pasajeros como rehenes.
Cuando los fanáticos islamistas se presentaron por televisión, encapuchados, con rostro inmaterial, con mirada que iba contra todos, arrodillaron ante ellos al rehén, alargaron un cuchillo hasta la garganta del hombre y dijeron:
- Es un rehén, si no liberan a los nuestros, lo degollamos.
Y lo degollaron televisivamente. Aunque no fuera en directo parecía en directo, porque la televisión tiene eso: hacer presente lo ya pasado, resucitar el terror, el atentado, la muerte de ayer, la amenaza de siempre. Las Torres gemelas siguen ardiendo y desmoronándose cada día, solamente hay que pulsar el botoncito de la televisión para verlo. Así es que el terror se ha convertido en la más cruel cotidianidad, en la memoria que no ceja, en la perdurabilidad de la ignominia. Dicen que tendremos que acomodarnos a esta nueva forma de ver el mundo ardiendo por los cuatro costados porque la televisión logra la eternidad de las armas, de los bombardeos, de los secuestros, de las vejaciones de soldados, de todas esas cosas, haciéndolas de hoy para que el estremecimiento no se muera.
En aquellos tiempos del siglo XII ocurría otro tanto, eso sí, sin televisión que lo instantaneizara, sin la prensa que lo metiera en nuestra casa. Andaban los piratas mahometanos rondando costas españolas y francesas para perpetrar sus fechorías, que no eran otra cosa que robos y secuestros a gran escala, sin aviones, pero con barcos. Por dinero, por ideología, por religión, por lo que sea, secuestro es lo que es, y esa maña ha venido prosperando con toda suerte de tecnología.
A este francés de nombre Juan, estudiado, influyente, que iba para gerente de cualquier transnacional de entonces, amante del deporte caro como la equitación y la natación, se le ocurrió la peregrina idea de liberar a los esclavos, a los rehenes, a los detenidos para luego ser comercializados a cambio de lo que fuera. Como ahora: a cambio de millones de dólares o a cambio de excarcelar a quienes en la cárcel están por motivos de sangre. Cuentan quienes saben de estas cosas que solamente en el año 1201 Juan de Mata y sus compañeros lograron rescatar, en Marruecos, 186 prisioneros. Y que otro día regresaba desde el África con otros 120 prisioneros cristianos rescatados, a punto de naufragar mar adentro: sólo cosiendo los mantos de quienes regresaban camino de la liberación, y utilizándolos como velas, lograron llegar a puerto.
Y al tal Juan se le ocurrió fundar una orden religiosa exclusivamente para liberar a los rehenes, a cambio inclusive de trocarse por ellos. Hoy se hace igualmente, inclusive democráticamente se hace. A veces prospera, a veces no. Hoy hay comandos entrenados para tales fines, entonces no. Hoy puede haber negociaciones, entonces más difícilmente. Pero Juan llevó adelante su propósito y fundó la Orden de los padres Trinitarios, mediadores indefensos que iban de aquí para allá, recorriendo ciudades, campos y lo que hiciera falta para conseguir dinero y así pagar el rescate de los rehenes.
Uno de los suyos, religioso, de nombre Juan Gil, para que conste, y en 1580, logró la liberación de Miguel de Cervantes, preso de los musulmanes desde hacía cinco años. Así es que esta orden religiosa logró el primer milagro literario de nuestra literatura. Y eso es una grande y santa virtud. Por eso yo digo que estamos ante hombres de la más rabiosa actualidad.