Juan de Dios y los bomberos (8 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Primero pastor, como mi abuelo, y esto, para mí, acarrea ya mucha devoción. Sé algo del pastoreo a primera escala. Sé para qué sirven los apriscos y cuando se amodorra el rebaño. Sé cómo tiemblan las crías nada más nacer, y cómo se desequilibran antes de asentar los primeros pasos. Sé del tiempo del esquileo y del ordeño. Y todo, gracias a mi abuelo, pastor de Castilla hasta la muerte.
Cuando me enteré que Juan de Dios fue pastor, me dije: este santo es mío. Luego me enteré que no era patrono de pastores sino de bomberos, y la desilusión cundió. Pero siempre queda el regusto de saber que el pastor Juan lo fue a carta cabal, que el dueño del rebaño tanto aprecio por él tuvo que no dudó en dejarle la hija en casamiento para poder heredar el rebaño y cuanto al rebaño rodea, que parecía no era poco.
No es que no le gustara el campo, y menos la hija del señor, pero le llamó el ejército y se alistó en las huestes de Carlos V para ampliar geografías por la fuerza de las armas. Dicen que fue muy buen soldado, valiente por demás, obediente sin tacha, pero su defecto era el despiste: le encargaron custodiar un depósito de armas y se quedó dormido. Gravísimo. Un pecado militar que no tiene perdón de los mandos. Y efectivamente, lo condenaron a la horca. No lo ahorcaron porque alguien debió creer no solamente que era la única falta cometida por el soldado Juan, sino porque jamás cometía faltas.
De soldado pasó a vendedor de estampas religiosas y de libros. Quizá para purgar unos pecados que confesaba tenía, pero que nadie sospechaba. No se le veía semblante pecador. Pero él pensaba que sí, y para expiar sus culpas se impuso el mismo la penitencia: convertirse en loco. Vestido como loco, caminando como demente, escenificando una personalidad que no era la suya, deambulaba por caminos y plazas gritando
- Misericordia, Señor, que soy un pecador, misericordia, Señor...
La gente no creyó lo del pecado pero sí lo de la locura. Por ello fue encerrado en el manicomio. Y allí comprobó cómo eran realmente los dementes y cuáles las artes de los cuidadores para sanarlos: la tortura. Y eso no.
Salió del manicomio y se empeñó en curar a estas gentes según su método: no más tormentos para un cuerpo atormentado cuando ya anda desequilibrada la mente Y ese fue su objetivo: atender a los enfermos mentales.
Y cómo sabía de deambular por calles y plazas, y del arte de pregonar desde cuando se disfrazó de loco, a las calles volvió y en las calles predicó:
- Haced el bien por vuestro bien.
De regreso a su hospital para enfermos mentales tuvo la desgraciada suerte del incendio. Ardía por los cuatro costados el edificio. Podían arder los enfermos pues no acertaban a salir por entre las llamas. Uno a uno fue sacando. Todos se salvaron. Él tampoco sufrió quemaduras. De ahí le viene ser el patrono de los bomberos, por saber sortear los incendios.
Pudo haber sino patrono de pastores, pero no. Pareciera como si el pastoreo no fuera obra de caridad y lo otro sí. En cualquiera de los casos, me satisface que lo hayan proclamado patrono de quienes nos salvan de las llamas y otros percances. Para seguir pastoreando, mi abuelo, que a todos los pastores ampara desde el cielo estrellado de su cielo.