Deogracias contra los vándalos (22 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Decían: ¡vienen los vándalos!, y todo era precipitación, correrías, escondites, temores, suspiros; todo era agonía. Decían: ¡vienen los vándalos!, y los nobles a esconderse, y los obispos también, y cuantos tenían fortuna, y cuantos no la tenían. Quienes no la tenían podían ser ellos mismos la fortuna para los vándalos, esclavos, por ejemplo.
Decían: ¡vienen los vándalos!, y los vándalos llegaban. Llegaron a Cartago. Llegaron a Roma. Arrasaron Cartago. Arrasaron Roma. Los vándalos llegaban para arrasar. La crueldad se llamaba “los vándalos”, la devastación también, y los incendios, y el arrasar cuanto se topaban. Eran los vándalos y estaba dicho todo.
Llegaban los vándalos y los nobles eran deportados de sus lugares, y sus riquezas incautadas. Llegaban los vándalos y los eclesiásticos eran deportados, y sus riquezas incautadas. Los vándalos llegaban para incautar, para arrasar, para dividir. Hombres para un lado, mujeres para otro; padres para un lado, hijos para otro. De las doncellas, ni se hable. ¿Quién puede contra los vándalos?
Nadie podía contra los vándalos. Accedieron por instancias del Emperador, que un tal Desgracias pudiera llegar a Cartago para enderezar los entuertos que ya los vándalos habían causado. Y como era tanto el desconcierto, y la destrucción tanta, y los mendigos tantos, y los enfermos y pordioseros tanto, y las mujeres a la deriva tantas, no les importó a los vándalos y dijeron que bueno, que venga, que recomponga si quiere lo ha hecho.
Llegó Desgracias, obispo, y lo intentó. Poco tenía en su haber Desgracias, por lo que los vándalos no le quitaron posesiones. Pero sí tenía, eso sí, cálices y copones, y algún que otro relicario con hueso de santo para la veneración, con reliquia para postrarse ante ella. Y Desgracias, obispo, se postró ante lo sagrado que tenía como para solicitar permiso por lo que se le había ocurrido: venderlo. Y vendió copones de oro y plata, cálices y custodias, y todo cuanto de valor tenia, porque era mucha la necesidad reinante, muchos los desplazados, muchas las mujeres sin varón, muchos los hijos sin padre, muchos los enfermos sin atención, muchos los sin casa y sin techo. Y Desgracias estaba allí para socorrer, para recomponer el desastre de los vándalos.
Lo intentó. Fue consiguiéndolo. Pero eso de andar vendiendo utensilios sagrados, aunque fuera para socorrer a los huérfanos por culpa de los vándalos no era muy bien visto, e intentaron enjuiciarlo. No era el primero en cometer semejante sacrilegio ni sería el último. Pero lo hizo, y bien hecho quedó. Y fue recomponiendo el desastre. Y las Iglesias se convirtieron en hospitales, en albergues, en orfelinatos.
A Desgracias no lo expulsaron los vándalos pero estuvieron a punto de lograrlo los suyos. No lo lograron porque al santo se le ocurrió morir antes.
Fue el año 439 cuando los vándalos invadieron y asolaron a Cartago y fue en el 456 cuando Desgracias murió. No pudo remediar todo el desastre, pero lo que pudo, lo hizo, y con lo recaudado con la venta de copones, cálices, relicarios, patenas y demás.
Desgracias es uno de esos santos condenados por quienes intentan siempre defender lo sagrado que tiene valor económico. Lo sagrado que defendía el obispo, era de carne y hueso, y sin valor ya, por culpa de los vándalos.