El Anuncio, la alegría (25 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Yo celebro este día de muchas maneras, pero una de ellas es arrodillándome ante los pintores. Arrodillarse es metáfora, pero es realidad. Y en este caso concreto, el de El Anuncio, con mayúscula, hay dos pintores ante los que me postro: Fray Angélico y El Greco. No es la primera vez que lo escribo ni será la última. Es casi como repetir una oración necesaria, es casi como entrar en trance pictórico y místico. Estos pintores me han pintado una Anunciación que a lo mejor es metafórica plásticamente, pero que es de un colorido espiritual que se convierte en milagro. Y como el tal anuncio iba envuelto en el regalo del milagro, pues no me queda más remedio que aceptarlo como tal, aunque al abrir el envoltorio la sorpresa sea la respuesta. No hay milagro sin sorpresa.
Todos somos producto de una anunciación. Me imagino la cara de mi padre cuando mi madre le anunció: ¡Estoy embarazada! Sé de mi propio rostro cuando mi esposa me comunicó: 
- ¡Estoy embarazada!
- ¿Seguro?
- Aquí están las pruebas.
Se trataba de análisis médicos, los cuales yo no necesitaba. La mirada de una embarazada es un milagro, y ante un milagro tan evidente no hay sospecha. Por eso digo que todos somos producto de una anunciación.
Y en casos así el mensajero, Gabriel, se multiplica. Un amigo se convierte en Gabriel: ¡fulanita está embarazada! La noticia circula de teléfono en teléfono. En el trabajo se sabe, y si no se sabe, cada uno se convierte en Gabriel para que todos se entere. Desde ese momento, todo les expectativa, comentario sobre lo mismo, los días que van pasando, los días que faltan, cómo transcurre el embarazo, los ecosonogramas que van alertando, la barriga que van engordando, si es niño o niña, si vamos a comprar esto o aquello. Los anuncios así dan un vuelco a todo. Lo que antes era de un color se trasmuta en otro. Los sabores tienen otro sabor, y las canciones otro ritmo. Y la casa va enmendando sus cosas: esto de aquí mejor allí, este color de pared menos agresivo, fuera con todo lo de esta habitación porque desde ya, a quien le pertenece, tiene otros gustos.
Claro, ni Fray Angélico ni El Greco plasman en sus lienzos esta alegría natural. Ni siquiera sus colores para anunciar el misterio son naturales. Los azules, oro, amarillos, y verdes de Fray Angélico son espirituales; los azules, blancos, rojos de El Greco son transparentes. Resulta difícil dar con colores para materializar lo sublime, lo misterioso, le espiritual y estos dos pintores se han entregado al milagro del pincel para lograrlo.
El mensajero acudió al lugar con un mensaje de alegría, con la mejor buena noticia que puede traerse: la de que va a venir un niño; y desde ese momento todo cambia. Me imagino a estos pintores poniéndose en el lugar del arcángel: ¿Cómo recibirá Maria la noticia? Pues como la reciben todas las mujeres, la única manera de recibirla: con desbordante alegría. Y en esa humildad de la Virgen que ellos plasman se percibe una alegría sin igual. No hay más que fijarse en la mirada de la Doncella, no hay más que atinar a la persistencia de los colores. No hay más que acudir a la mirada de cada una de nuestras madres para comprender el misterio. Todo se vuelve realidad cuando va a venir un niño. Porque todo niño, por principio, y desde su anuncio, es un salvador. La madre lo sabe.