San Ludgero entre dos fuegos (26 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Entre dos fuegos y entre dos dioses, entre dos ejércitos y entre dos creencias, entre dos venganzas. Casi como hoy. Si tú matas para honrar a tu dios y mato para honrar al mío. Si tu prohíbes lo tuvo, yo prohíbo lo mío. Si tú te vas hacia la derecha yo mando a todos hacia la izquierda.
Era el siglo ocho y el cristianismo ya estaba asentado. Era el siglo ocho y los romanos, sobre todo Carlomagno, exigían más vasallaje. Era el siglo ocho y el dios de las batallas era el triunfador, también el perdedor. Si perdía el ejército de Dios, perdía Dios. Si ganaba el ejército de Dios, se imponía Dios. Era el siglo ocho y así era el siglo ocho. Pero no tan dispar de este siglo. Porque los dioses que se inventan los hombres cambian cuando cambian los inventos. Unas veces los hombres inventan dioses para tales causas, otras veces para las causas contrarias. Era el siglo ocho, pero este siglo, como un espejo, pareciera reflejarse en él. También hoy las guerras se hacen en nombre de dios, inclusive del dios cristiano. También hoy las religiones ponen sus estandartes en los campos de batalla. También hoy se exigen adhesiones. Y también hoy se prodigan deserciones. Y es que cuando las guerras se hacen en nombre de los dioses, dan para todo.
Era el siglo ocho y por la región de Alemania Carlomagno se empeñó en que no hubiera más que un Dios oficial. Una vez conquistado el territorio los vencidos no solamente tenían que acatar las órdenes civiles de los vencedores sino también las religiosas. Y Carlomagno, empeñado en una cristianización a como diera lugar, impuso la obligatoriedad del bautismo a todo soldado vencido. No suele funcionar esta técnica para cristianizar. Tampoco para gobernar. No suele funcionar para nada. Si funciona, es momentáneamente.
Y momentáneamente fue. Llegó Widukindo y desplazó a Carlomagno, y aquellos soldados obligados al cristianismo por haber perdido en la guerra apostataron de inmediato. Cristianos y paganas según el capricho de unos y de otros. Imposición religiosa o pagana según el capricho de unos y de otros.
Regresó Carlomagno y aplastó la religión. Y los apóstatas fueron aplastados. Y las leyes cristianas se hicieron más radicales. Si no quieres pan, toma tres tortas. ¡A bautizarse todo el mundo! ¡Quien no se bautice, es reo de muerte! ¡Quien no ayune en cuaresma es reo de muerte! Así de rotundas son las leyes. Leyes que, por cierto, caían mal, inclusive entre los verdaderos creyentes. Lo llamaban el régimen del terror cristiano, y en semejante contexto difícil el progreso de la fe.
Hasta que entro en escena Ludgero. No, el cristianismo no podía predicarse así. La obligación es peor arma que la espada. Así pensaba Ludgero, obispo. Y se dio a la tarea de corregir el entuerto. No estaba muy convencido Carlomagno de las técnicas pacifistas, pero el obispo sí. Se afianzó en la construcción de monasterios y levantó el de Münster. Hoy Münster es ciudad de prestigio, pero pocos saben que Münster significa precisamente monasterio. Y este Münster de hoy fue aquel monasterio de ayer.
Así que este santo, Ludgero, fue un pacificador. Un obispo que intentó desligar a la fe de la espada, un obispo que deseaba la conversión al cristianismo por la convicción, no por la imposición. Y les precisamente en estos detalles, que muchos jamás quieren ver, donde se encuentra la diferencia entre la santidad y el fanatismo.