Amadeo de Saboya o el Reino de los Pobres (30 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Quisiera haber vivido en el palacio de Amadeo de Saboya y de su esposa Yolanda para comprobar. Y es porque uno se vuelve escéptico ante muchas cosas. Por ejemplo, el lenguaje de los políticos se ha tornado para mí en algo sin valor, en la trampa de la palabra, en lo que digo es para que lo oigan y lo crea, no para que yo lo haga. El lenguaje de los políticos se me antoja el de las promesas incumplidas, el de las promesas que saben que jamás cumplirán, el del halago para la plebe, el del aplauso momentáneo, el de la sonrisa que no se sabe lo que esconde. He oído a cantidad de políticos, líderes, presidentes, candidatos, de este signo y de aquel, y todos igual. En sus palabras está siempre el pueblo como prioridad, y en sus hechos está siempre el pueblo como lo imposible. De ahí que me hubiese gustado vivir, aunque fuera por unos días, en ese palacio de Amadeo para comprobar si lo que de él dijo su hermano era cierto: 
- Por todos los sitios se dice que es mejor ser rico que pobre, salvo en casa de mi hermano Amadeo, que pone en primer lugar a los pobres y a los ricos en segundo.
Me refiero que no se refería a la metáfora de la mesa, que a lo mejor también, sino a la realidad del gobierno. Porque no es de puertas afuera donde está el espejo sino de puertas adentro, allí donde se cuecen las hablas, allí donde se toman las decisiones, allí donde se imparten las órdenes.
Pasar por el trono y llegar a santo son palabras mayores. Y siempre estas realidades hay que analizarlas con tiento. Pero este Amadeo de Saboya, con la complicidad de su mujer, parece que tenía otro temperamento. Si es tal como asegura su hermano, pues ya es de mi devoción, porque rompe los esquemas, porque se sale de la regla, porque se había convencido, se habían convencido ya que Yolanda andaba en lo mismo, que gobernar es practicar la justicia y amar a los pobres. Y yo sí percibo la diferencia en la palabra diplomática entre “amar” y “ayudar”.
Enfermo inclusive no delegó en alguien que no siguiera sus postulados; solamente su esposa le echaba una mano. Entre ambos planificaban las cosas del reino. Y las cosas de la corte los dos las manejaban a cabalidad; Yolanda, para que se sepa, era hermana del rey francés Luis XII, lo que implica el conocimiento de esta muchacha de oropeles, diplomacias, protocolos, lenguajes, vestimentas, fiestas, recepciones. Se casaron a los diecisiete años y tuvieron siete hijos, y Amadeo murió en 1472. Así les que el siete, que también es mi número, estuvo rondándolos durante toda su compañía.
Pienso que este ha sido el milagro de este monarca: hacer de la corte un lugar común, lograr de la familia un lugar de encuentro, rodearse de los asesores que saben que no andan con triquiñuelas. 
Me cuentan que le molestaba sobre manera el juramento de Dios en falso. A mí también. Cualquier juramento en falso me molesta. Y el de los políticos, más. Y tanto le molestaba que, inclusive, mandaba imponer multa a los falsos juradores. También en esto su hermano Sforza lo imitó en Milán.
Me han preguntado:
- ¿Y los milagros?
- ¿Qué más milagros quieres?. Siempre que se practica la justicia el milagro está garantizado. Igual que está garantizado el altar, aunque no se diga oficialmente.