Guido, el de la siete notas (31 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Guido es un nombre que significa “madera”. Guido es nombre que significa “bosque”. Y con estas identidades ya es ir por buen camino. Mi niñez no fue precisamente de bosques sino de caminos más o menos yertos, pero sí de árboles circunstanciales, sí de madera cepillada por obra y gracia de la profesión de carpintero de mi tío, sí de ramas donde anidan las aves, por obra y gracia de los afanes pajareros de mi primo y míos, sí de leña para hacer cisco, para calentar el horno para el pan, para mitigar en la cocina de la casa el rigor de las heladas. De esas maderas sí soy persona.


Este Guido también es hombre de ca

mpo, de reciedumbre, de consistencia. Solamente con ser monje, ya se es todo esto, o se pretende serlo.
Los monasterios de verdad siempre han constituido para mí un especial embrujo. Desde fuera se nota que dentro hay algo más de lo que se sospecha, algo que nunca llegará a comprenderse si no se traspasa el umbral. Y si el monasterio sigue los lineamientos de San Benito, “ora et labora”, más. Y si además tiene la gracia santificante del estilo románico, más todavía. Y este fue el monasterio donde Guido llegó a abad, el de Pomposa, una de las más afamadas abadías de su tiempo, imán de gentes de la comarca y de otras peregrinaciones.


Los monjes dentro de sus abadías sobre todo rezan. Digo, sobre todo, porque todo lo que hacen lo realizan conforme a este lema. Todo es rezar. El estudio es rezar, los amanuenses rezan copiando los incunables, los hortelanos rezan con la azada y el zacho, los cantores rezan componiendo melodías gregorianas que son oraciones de todo el universal cielo monástico, los legos rezan obedeciendo, los abades rezan mandando. Por eso digo que todo es rezar, aunque creamos que rezar es otra cosa. En el coro se reza, pero también en la huerta, y en el establo, y en la biblioteca, y en el caminar entre surcos, y en la recolección de frutas y cereales, y en el cuidado de las vacas, y en la elaboración de los quesos. En todo.
Esta abadía de Pomposa tenía huertas y campos, y los frailes inventaron cómo regarlos y fertilizarlos a fuerza de rezar con las manos y el esfuerzo


Guido puso su empeño en hacer arte también de su monasterio. Dicen que logró el campanario más bello de toda la región, inclusive de toda Italia durante toda la Edad Media. Confieso que no he tenido el gusto de extasiarme ante semejante campanario, con todo lo que me encanta extasiarme en los campanarios. Los campanarios tienen un embrujo sin igual. Anuncian todo lo que se refiere al cielo y a la tierra. Así es que Guido se convirtió en abad de un monasterio que era centro de cultura, arte y espiritualidad en la época. Un hombre que supo deletrear el ora et labora, que es lo mismo que decir, rezar a diestra y siniestra.


No es que Guido de Pomposa naciera santo. Más bien su juventud la diluyó en otras artes. Pero en una peregrinación que realizó a Roma algo encontró por el camino que le hizo enrumbar su suerte hacia el monasterio. De ahí en adelante todo fue orar y laborar con arte incluso musical: dicen que inventó la escala musical de siete notas. Hasta eso.