Matías, el del número 13 (14 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Lleva el número trece a la espalda, un número que algunos detestan, que consideran de mal agüero, que jamás juegan a la lotería; un número que no solamente no trae suerte sino que la trae, y mala. Un número supersticioso. Pues bien, Matías lleva en su vida, que es mucho más que llevarlo a su espalda, el número trece de los apóstoles. Decimos que los apóstoles son doce, decimos también que trece, y también decimos que catorce. Si no excluimos a Judas, con Matías son trece. Y si añadimos a Pablo de Tarso, resultan catorce. Lo cierto es que a Matías le tocó la suerte que lecharon los apóstoles luego de la muerte de Judas y luego de la muerte de Jesús, para ocupar el lugar del traidor, y le tocó en suerte. Paso a ocupar su lugar. No su lugar de traición sino el lugar que le hubiese correspondido a Judas por elección de Jesús.
¿Qué pensaría Matías ocupando el lugar de Judas? ¿Cómo le mirarían sus compañeros al verle ocupando el puesto que, en principio, no le correspondía? Lo cierto es que un día Pedro los juntó a todos y les propuso:
- Elijamos a uno que reemplace a Judas.
Eran dos los candidatos: un tal José y este, Matías. Lo echaron a suertes y la suerte dijo que fuera Matías el nuevo compañero de ruta. Y así fue.
O sea, que Matías era uno de esos que siempre andaba al lado de los otros, uno de tantos discípulos, y algo debió haber echo en sus correrías y en su afición al Nazareno para que los once restantes lo propusieran como apto. No lo sabemos, y nunca lo sabremos. Lo cierto es que de Matías apenas si sabemos. No fue protagonista de espectacularidades, no se vio envuelto ni en regaños del Maestro ni en halagos. No se sabe que estuviera al lado en los momentos cumbres aunque es de sospechar que sí se encontraba muy cerca. Tampoco conocemos de milagros realizados, lo que da más que sospechar. Pareciera que la historia lo hubiese recluido a ese anonimato posiblemente imprescindible en el que tantos seguidores han caído.
Eso sí, murió crucificado, también según se dice, y esa es garantía suficiente para sospechar por los caminos que anduvo y para asegurar del empeño que puso para que su puesto no pasara desapercibido. Al parecer, fue el Evangelio que protagonizó: divulgar la buena noticia no desde el titular periodístico sino desde la página interna, con la letra diminuta, como corresponde a un peón. Si la expresión sirve, y en el mejor de los sentidos de la expresión, fue un discípulo del montón, un santo sin alharaca, un divulgador sin más pretensiones que las de la obligación de divulgar.
No arrastró la sombra de Judas, eso es claro. No lo condicionó su número trece, eso también. Sí se acopló a su condición: ser el hombre del reemplazo, el que sale a la cancha para reforzar al equipo cuando al equipo le falta algo, el de asegurar el partido cuando falta un gol para ganarlo o cuando es necesario conservar hasta el final la victoria que ya se tiene.
Me cae simpático este Matías. Aceptó su condición, que no era poco aceptar, luego de la muerte del Maestro. Sí Jesús le hubiese dicho, ven, quizá no hubiese dudado. Pero eso de reemplazar a un traidor es ya harina de otro costal. Pues bien, aceptó la suerte que aquella tarde echaron Pedro y el resto:
- Que sea Matías.
Y desde aquella tarde Matías se convirtió, por suerte de la buena suerte, en el apóstol número trece. Y desde ese momento el número trece dejó de ser agorero para convertirse en apostólico.