San Pancracio o el amor al Padre (12 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No estoy muy claro si este muchacho dio su vida por defender a su padre o por defender la fe de su padre, en definitiva es lo mismo. Se me antoja a ese muchacho huérfano a temprana edad cuando lo que todavía le queda es andar por la vida de la mano de su padre. Pero un día a alguien se le ocurrió decir que el padre del muchacho ya había vivido lo suficiente, aunque fuera joven todavía, y que era mejor deshacerse de él porque individuos así, que defienden una nueva religión como el la defendía, terminan siendo peligroso.
- Mataron a tu padre por defender la fe de Jesús –le dijo su madre.
El muchacho sintió lo que todos los muchachos sienten a esa edad cuando les anuncian que han quedado huérfanos porque su padre defendía una fe. Y es desde ese momento cuando más consistente, profunda y reverencial se alza la figura del padre. Es desde ahí desde donde se comienza a construir ese altar paterno que no hay quien lo derribe.
- Cuélgate esto en el pecho.
- ¿Qué es, madre?
- Un relicario. Dentro, en un algodón, está la sangre de tu padre.
No hay que decir más para que el padre quede siempre con uno, carne de la misma carne, amarrado al cuelo, sintiéndolo, palpitándolo.
Viene Pancracio a casa lleno de moratones. Llega con las ropas rasgadas.
- Pero muchacho, ¿qué has hecho?
- Me han insultado en la escuela.
- ¿Peleaste?
- Sí.
- ¿Por tu padre?
- Sí.
- ¿Qué te dijeron?
- Me insultaron. Me llamaron cristiano. Y yo les dije que a mucha honra.
- Eso no es un insulto, hijo.
La madre mira al cuello del hijo. Va en busca de la sangre de su esposo. Está allí, colgando, protegiendo, animando. Pancracio acaricia el relicario. La madre sonríe, llora, todo a la vez. La madre ve en el rostro de su hijo, en su mirada, idéntico rostro y mirada de la del esposo.
- Quizá vengan tiempos peores –dice la madre.
¿Tiempos peores? ¿Peores que la muerte de su padre? Pancracio, muchacho, ya no sabe de tiempos peores. Se ha hecho grande de una vez. Catorce años son demasiados.
Cuando lo condujeron para cortarle la cabeza, porque es acusado de seguir los pasos de su padre y es imprescindible cortar esos pasos antes de que caminan demasiado, su madre lo ve como es, grande, fornido, igualito a su padre.
Y le cortaron la cabeza. Es este un martirio de amor filial, como todos los martirios. Es este un santo joven que llevaba la santidad guardada en un relicario, prendida del cuello, que era la sangre de su padre, mártir. Es este un santo que nunca fue huérfano porque siempre colgó de su cuello la fe, como nosotros colgamos el crucifijo o la medalla de la Virgen del Carmen.