Gregorio de Ostia y Domingo de la Calzada (9 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Andan desesperados los campesinos de Navarra y la Rioja porque la langosta los arruina. Andan de acá par allá implorando. Van al campo, se detienen ante la mies, las vides, los árboles frutales, las hortalizas, las tocan, las acarician, las miman, observan cómo se desmoronan. Una plaga así nunca ha habido por estas tierras. La langosta es el cáncer del campo, de la sementera, del trigal, de los racimos, de las remolachas. La langosta es el castigo de Dios que se venga del mal proceder de la gente.
¿Quién ha dicho que es por nuestro mal proceder?
Lo dicen algunos predicadores, lo dicen los señores feudales, lo dicen los cantores ambulantes que han visto todos los caminos y todos los desastres. ¡Es castigo divino!, se propaga por la región. Los campesinos acuden a sus ermitas, se dan golpes de pecho, se arrepienten inclusive del pecado que no han cometido. Pero la langosta sigue arrasando. El hambre se propaga a la par de la peste. La peste se convierte en hambre y el hambre es ya peste.
Se han reunido los campesinos de pueblos y aldeas de Navarra y la Rioja y envían delegación al Papa para que algún delegado con peder ante Dios les remedie de este mal. El papa le dice a Gregorio:
- Deja la Biblioteca y acude a esa región de España donde asola la langosta. Tú sabrás poner remedio.
Obedece Gregorio. Cruza los Pirineos. Se adentra por aquellos campos.
- ¿Y tú quién eres?
- Un joven pastor que deseo entrar en el Cister, pero los monjes de San Millán de la Cogolla no me admiten. Me llamo Domingo y ando de acá para allá.
- Pues vente conmigo y remediemos el mal de la plaga.
Contemplan desolación en el campo. Observan los cultivos arrasados. Ni las ovejas pueden sostenerse en este erial, comenta Pedro, pastor. Y el legado del Papa, Gregorio, dice que sí, que jamás ha visto cosa igual. Contemplan ambos la mirada casi moribunda de los campesinos.
- Hagamos rogativas –propone el legado papal.
No están muy convencidos los navarros, los riojanos, de que ese sea el remedio. Oraciones han quedado por iglesias y ermitas, promesas han hecho a montones, enmendar su vida si hay que enmendarla más, también. El joven pastor los anima:
- Si el legado papal dice que ese es el remedio hagámosle caso: por algo es el legado papal.
Y le hacen caso. Pueblos del contorno se convierten en procesiones. El obispo se arrodilla ante la mies devastada y rocía con agua bendita. Algunas langostas vuelan pero las más no se inmutan. Pedro, el pastor, el que luego será santo, el que luego construirá albergues para peregrinos, el que luego edificará ermitas, los convence:
- Es cuestión de perseverancia.
La peste va cediendo. Los campesinos van cambiando el semblante. Los campos comienzan nuevamente a verdecer. Las iglesias repican con alegría. Los feligreses dicen que Gregorio es Santo. Pero Gregorio dice que no, que él solamente entiende de libros, que su oficio era el de Bibliotecario oficial, que del campo sabe más Pedro que el. No importa, los campesinos son tercos y dicen que a él se lo deben. Y cuando muere, porque cae enfermo luego del remedio de la peste, dicen los campesinos que es porque penó él los pecados de todos. Y que ahora están a salvo por este Gregorio venido desde Italia para espantarles la langosta.