Petronax, un santo que no suena (6 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Pues no, no suena como santo. A nadie he oído se llame así. Eso sí, suena, es verdad, a empresa moderna, multinacional, con logotipo incluido. Suena a petróleo, o a sus derivados. Suena a mucho dinero. Pero a nombre de persona, no suena. Nombres así, uno ni se los imagina.


Y es una lástima que no suene porque debería sonar, al menos éste. Un santo prácticamente anónimo, prácticamente para la veneración de los benedictinos. Diríamos que un santo de puertas adentro, de esos que no gozan de la explosión multitudinaria, de esos que ni siquiera tienen a su nombre ermitas, iglesias y menos catedrales. Un santo que pasaría debajo de la mesa, o que ha pasado o que, seguramente, seguirá pasando. Y no me gusta. No me gusta su anonimato porque hizo el gran milagro de restaurar, física y monásticamente, la abadía de Monte Casino, fundada por San Benito pero destruida por los lombardos, en aquellas épocas en las que las destrucciones de edificios religiosos eran norma de las guerras, casi igual que hoy.


Yo conozco al monasterio de Monte Casino desde los diez a los quince años, por obra y gracia de Tomás de Aquino. A Tomás lo llevó su madre a este monasterio porque quería que el muchacho se entrenara en las artes y las oraciones de aquellos monjes. Así es que desde entonces me quedó el nombre de Monte Casino emparentado con Tomás, pero nunca con Petronax, que después fue abad y obispo y que, sobre todo, reconstruyó lo que los lombardos habían echado por tierra: lo físico y lo espiritual.


Dicen que el tal Petronax, que me lo imagino como Pedro y el resto desconozco, era de gente adinerada, y que lo suyo lo invirtió en la reconstrucción física del monasterio. Pero dicen igualmente que no le fue tan bien: algunos hasta intentaron envenenarlo, por aquello de que el abad restaurador había vuelto a las andadas de las reglas monásticas de San benito y a estos monjes no les hacía mucha gracia. O sea, que resulta más sencillo restaurar físicamente lo derrumbado por las armas que restaurar religiosamente los espíritus que no quieren privaciones ni para llegar a la santidad ni para ganar el cielo.
No resultaba sencilla aquella vida monástica, es verdad, pues conjugaba lo campesino de la agricultura, para la manutención de la comunidad, con la salmodia gregoriana, el estudio de las escrituras, las meditaciones silenciosas, las horas de coro y la liturgia. Lo de ora et labora no era un eslogan, era una necesidad vital: laborar para la manutención del cuerpo, orar para la manutención del espíritu. Y esta combinación no parecía hacer gracia a muchos. De ahí la intentona del envenenamiento.


Ese monasterio de monte Casino se hizo famoso durante la edad Media por muchas cosas, pero sobre todo por la creación, podríamos decir, de la medicina moderna; lo que nos conduce también a eso de los milagros, de las sanaciones, de las recuperaciones corporales. Y todo gracias a este Petronax que tuvo dinero para edificar otra vez la obra material de San Benito, y tuvo osadía para restaurar otra vez la vida monástica occidental.
Sobre el monasterio de Monte Casino podemos escribir mucha espiritualidad y también mucha novela. Lo que sí es cierto es que este restaurador del siglo VIII ha quedado relegado a un anonimato inmerecido. Ahora le tengo más aprecio, porque gracias a él Tomás de Aquino, de mi fiel compañía, pudo dar sus primeros pasos intelectuales y de santidad por los pasillos de aquel monasterio restaurado.