Antonino, por chiquito (5 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Tan chiquito era que de Antonio se quedó en Antonino. Y de por vida. Y después de la vida. Ni siquiera la seria categoría de obispo le devolvió el nombre original. Antonino para toda Florencia, y Antonino inclusive para los altares. Es de esos individuos que no pueden dejar de ser lo que originalmente son, ni en vida ni en eternidad.
Vaya par de dos paseando por el claustro del convento, novicios ambos.¡Vaya par!: fray Antonino y fray Angélico. Si comenzaron siendo lo que eran en el noviciado lo terminaron y para toda la eternidad, en el Convento de San Marcos de Florencia.
- Fray Angélico, tienes que pintarme los retablos de la Iglesia del Convento de Florencia.
- Pero señor obispo...
- Déjate de tonterías, nos conocemos desde los quince años.
El convento de los dominicos de San marcos de Florencia es, para mí, el mayor milagro de estos dos religiosos: San Antonino por empeñarse en su construcción, y fray Angélico por obedecer al obispo para su decoración.
Se entendían a las mil maravilla. Se entendían en todo. Eran hijos del mismo padre, Domingo de Guzmán, y eso deja impronta.
Fray Angélico, mientras pintaba, se reía de él:
- Tu no sirves para obispo, Antonino.
- Ya lo sé. Pero tú si sirves para pintor.
Antonio Pierozzi, Antonino de Florencia, dominico de a pie, se hizo obispo por eso de la santa obediencia. No quería. Prefería su tonsura monacal a la mitra, su hábito blanco a los oropeles de la vestimenta de los prelados. Y mire que los prelados, en aquella época, tenían tela para cortar. Savonarola, otro fraile igual, años después, intentaría cortarla, a su manera.
Esta San Antonino es de esos santos que solamente podían darse en aquella época, época poco propicia para santos pero que muchos santos cosechó. Quiso poner en práctica, en la diócesis, algo que llevaba en su profesión solemne: la pobreza. Dicen que, rompiendo el protocolo, en vez de viajar a caballo y con escolta, viajaba en mula, hasta que la vendió, porque aunque mula fuera dinero valía para remediar las necesidades de la gente. Dicen inclusive que vendió el mobiliario de la casa episcopal para socorrer a los pobres, no me extraña, en los conventos los mobiliarios no son como en los obispados, de ahí que no se acomodaran a su cuerpo las sillas. Lo suyo era celda y coro. Y biblioteca. Y púlpito para predicar. Y ya que andaba en esos menesteres, combatió los juegos de azar, porque no se podía andar jugando con el dinero cuando tanta falta hacía para otros remedio, y condenó el préstamo de dinero con intereses, porque eso es usura. Es lógico pensar que a aquella nobleza de los Médici y otros de la misma especie no le hiciera demasiado gracia. Pero la peste negra se cebaba fuera de palacio, y eso era lo que había que remediar.
Sé que la santidad no hay que encerrarla en el arte, pero ésta del señor obispo y del amigo pintor, posee los quilates del mejor milagro pictórico y teológico de todos los tiempos. Hay que entrar en San marcos para extasiarse no solamente con el colorido sino con el tema, y con su tratamiento. Para mí que Antonino le decía a fray Angélico, o éste al obispo:
- Vamos a hablar primero sobre el misterio de la Anunciación.
Y una vez que hablaban, el pintor tomaba los pinceles y reproducía el milagro. Y Antonino mientras tanto pensaba: ¡Quién iba a decirlo cuando éramos novicios!