El Santo Trabajo (1 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Para eso vivimos, para trabajar, todo lo demás viene como corolario. Nuestra agenda diaria es el trabajo, lo demás es recuperar fuerzas. Nos acostamos con lo que hemos hecho, bueno o malo, y nos despertamos con lo que tenemos que hacer, que ojalá resulte provechoso. Ganar el pan es algo más que ganar la vida: ganar el sustento es la medicina diaria para seguir viviendo. Castigo o no, el trabajo es lo que nos sostiene; a veces también lo que nos aniquila, según el trabajo y quien lo ordene.
El trabajo es el santo nuestro de cada día al que rezamos ante el altar que es nuestro lugar de trabajo. El rito mañanero cada cual lo lleva en su entraña. El camino hacia el lugar jamás se torna monótono, pues los imprevistos son norma en todo camino. El regreso a casa suele ser más condescendiente, a pesar de que, con frecuencia, la casa vuelve a convertirse en otro altar para continuar con lo que todavía no se ha concluido.
Santo universal el santo trabajo. Santo para quienes lo tienen y para quienes lo suplican. Santo para los que se pasan de horas y para quienes no las encuentran. Santo para los que emigran en su búsqueda y para los que retornan sin encontrarlo. ¿Dónde trabajas? ¿En qué trabajas? También el lugar y la profesión son altares más o menos caprichosos. Puede ser a la intemperie o en lugar cerrado, puede ser tecleando o soldando, puede ser predicando o escuchando, puede ser disparando o guareciéndose. Son tantos los altares que unos son para Dios y otros para los dioses, unos para sobrevivir y otros para que sobrevivan.
El trabajo es nuestra condición, no hay otra; y quien la desdeñe, puede darse por muerto.
Yo me crié de la mano del trabajo, como usted. Yo veo al trabajo en el rostro de mi padre, de mi madre, de mis hermanos, como usted. Yo, del trabajo, sé cansancio pero igualmente recompensa. Sé de esa alegría que grita cuando lo hecho salió bien y de la desazón cuando no salió como uno pretendía. Sé del que planifica y del que ejecuta, del que ordena y del que obedece, del que se ilusiona y del que fracasa. Sé del trabajo idealizado y del no tanto, de la alegría por encontrarlo y de la tristeza por perderlo.
El santo trabajo. En Chicago, el Santo Trabajo fue la canonización de los mártires que, a la postre, somos todos. La Iglesia quiso darle otro tono y Pío XII puso en el altar de este día a San José Obrero, que ya no solamente es un San José esposo y padre sino un trabajador por ser esposo y padre. Así es que, tal día como hoy, todos somos santos, y por eso nos dan un descanso, para adorarnos a nosotros mismos, para recapitular si hay tiempo, para mirarnos el sudor y no enjuagarlo porque mañana hay que salir a la misma hora y hacia el mismo lugar para continuar rezando, es decir, trabajando.
No guardo males recuerdos de mi trabajo, he de reconocerlo, quizá porque nunca me he sentido desfasado en lo que hago. Pero no siempre las cosas son así, y uno tiene que apechugar con lo que le den, así no sea de su devoción.
Rendir culto al trabajo es rendirse culto a uno mismo, lo que puede ser una idolatría; pero es que debe serlo, digo yo, por aquello de que el trabajo es creador, o si se quiere, cocreador, y ya sabemos quién es el protagonista de la creación. Se mire por donde se mire no hay santo más personal que el Santo Trabajo. Todos, en definitiva, nos postramos ante este altar porque este altar somos nosotros mismos. Así es que, démonos la mano y vayamos a trabajar para poder seguir siendo lo que somos.