Santa María Francisca de las Cinco Llagas (21 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Si creo lo que de ella cuentan la veo, desde que nace hasta que muere, sumida en un mundo irreal imposible, no apto para humanos. La veo una niña viviendo otro mundo, una joven metida en otro mundo, una mujer andando por un mundo que no es mundo, una anciana en un mundo anciano. Por eso resulta imposible creer lo que de ella cuentan.
Anduvo, siempre en sueños, eso sí, de la mano de Dios y del diablo, soportando los sufrimientos que >Dios le enviaba y el demonio también, y los que le prodigaba su padre, y los que le endosaba el entorno. No hay sufrimiento que la carne de esta mujer no aguantara: todos los sufrimientos de Cristo fueron ensayándose en su cuerpo, todos los latigazos de su padre, que sí eran reales, también. La llaman “la de las cinco llagas”, pero fueron más, según se cuenta, fueron todas las llagas posibles, todas las llamas posibles, todas las imaginaciones dolorosas posibles. Hasta las almas del Purgatorio se ensañaron en ella.
Visionaria era, de eso no cabe duda, por lo que cuentan. Rezandera era, como todas las visionarias lo son, como todas las que juegan con la baraja de los acertijos, como todas las que profetizan lo que se puede dar y no se da y lo que no se puede dar y se da. Su padre quiso sacar partido de este don y emplearla como lo que era: adivina. Ninguna profesión mejor para medrar. Lo fue entonces y lo fue ahora.
Si había que leer las líneas de la mano, se leían, y se cobraba. Si había que halagar la avaricia del rico para que tuviera más posesiones, se halagaba, y se cobraba. Si había que profetizar un cataclismo y dar recetas para librarse de él, se anunciaba y se cobraba por las recetas. Ella contradijo a su padre porque ella contradijo las presunciones de su padre.
- No soy santa, padre –dijo.
- Pues te haces.
- No puedo.
- Pues entonces, bruja.
- Tampoco.
Hasta las buenas noticias se tornaban desastrosas. Jesús, niño, se le apareció, siempre en sueños, y le dijo:
- Seremos amigos eternamente.
Y ella, loca de contento, se quedó ciega durante veinticuatro horas.
Se topó con un sacerdote y le dijo:
- Antes de que te mueras te visitaré.
Se le apareció en sueños a los tres días, y a los tres días el sacerdote murió.
- Tienes poderes – insistía su padre.
- No sé lo que hago –contestaba ella.
- Le sacaremos provecho.
- No.
Y otra vez los latigazos. Se refugiaba en el Vía Crucis y más latigazos: los que los soldados le daban a Cristo, las rodillas magulladas por las caídas sobre el enlosado, la lanza penetrando en el costado, los clavos perforando pies y manos, las espinas punzando las sienes. Todo así.
Soñaba que se desplomaba un techo, y se desplomaba; soñaba que se incendiaba una casa, y se incendiaba; soñaba en el demonio como perro rabioso, y la mordía. Una agonía permanente la de esta niña, joven, adulta y vieja. Ni un momento de respiro. Precisamente por eso su padre continuaba insistiendo: “Vamos a sacarle provecho”.
Dicen que fue santa y la llaman “la de las cinco llagas”. Su padre jamás lo creyó. Su padre creyó siempre en sacar provecho económico a aquellas visiones, a aquellos sueños, a aquellas locuras. Pero muchos la creyeron y dicen que fue santa. La Iglesia también.
Estas cosas ocurrían en el siglo XVIII, no hace tanto. Ahora creemos en los horóscopos y otros comercios. Y es que siempre hay un padre que quiere sacar provecho.