La guerra religiosa

Autor: Adolfo Carreto

 

 

     Había pensado que no, que no se trataba de una guerra religiosa, pero estoy pensando que  sí, que es precisamente de eso de lo que se trata. Quiero continuar pensando que no se trata, en efecto, de una guerra entre religiones, que bien distinta es la cosa, sino de una guerra entre fanáticos religiosos, esos fanáticos de distintos signos que han mezclado a su dios particular con su particular política, con su particular manera de querer salvar al mundo, con su teología de la cotidianidad que no encaja con la cotidianidad de la mayoría de los creyentes, sean de esta o de aquella religión.

     Pero sí, es verdad que vamos involucrando a un dios con minúscula en esta guerra extendida y extendible. Lo que no cuadra es que una minoría de adoradores de dioses particulares intenten forzarnos a que todos adoremos a sus particularidades. Volvemos a las andadas, cuando los humanos inventaron a los dioses del olimpo para que bajaran a nuestro suelo y entablaran contiendas. Y no se trata únicamente de mitologías griegas o romanas sino de realidades a través del tiempo, de canalizaciones de la divinidad por la canalización de la política mundana.

     Siempre se me antojó perversa esa prohibición de los símbolos religiosos auspiciados por los regímenes políticos. Y en esta tentación de exclusividad política de lo religioso hemos venido cayendo año tras año. No hay mejor libro para constatarlo que la biblia nuestra o cualquier biblia de cualquier religión. Siempre ha habido fanáticos que hayan puesto en entredicho la fe de la totalidad de los creyentes por intentar corregir a su capricho la página escrita por dios para la salvación y para la paz. Y hasta hoy día, que pareciera deberíamos estar ya curados de asombro, continuamos rezando mentirosamente, es decir, pidiendo por una paz con la oración de la guerra, rezándole a un dios guerrero y vengativo, en esta religión y en aquella. Así es que es cierto: estamos metidos, nos han metido y continúan introduciéndonos en una guerra religiosa la cual, por cierto, no es aceptada por la mayoría de los creyentes, de la religión que sea.

     Comenzamos con el exterminio de los signos externos, los crucifijos allá, los velos de las mujeres acá, las estrellas, para llegar a la entronización de las mochilas. Ahora nos damos cuenta que es mucho más mortal una mochila que un crucifijo, una estrella de David o un velo de mujer musulmana y creyente. Porque prohibiciones políticas de esta catadura son oraciones en contra de otras oraciones, y es en ese enfrentamiento donde se produce el dislate y donde los fanáticos se afinca para justificar sus atrocidades.

     Nos hemos inventado una guerra religioso política que no nos está llevando a buen puerto. Y lo peor es que continuamos rezando para que continúe. Y ahí están los resultados. Si ya somos un tanto incrédulos ante las creencias políticas estamos comenzando a desconfiar de las creencias religiosas, es decir, estamos construyendo un mundo de incredulidades, de desconfianzas, de imposibilidades para la convivencia. Y si las religiones, las creencias, las adoraciones, los dioses no sirven para que podamos convivir, pues no podremos vivir.

     Concluyo en que me da la impresión que estamos inventando ahora, posiblemente sin percatarnos, de una nueva religión, de una desconocida religión, de un ateismo religioso que no nos llevará a buen puerto.

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