Santa Escolástica, uña y carne (12 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Esta es una mujer de suyo no conflictiva. Quiero decir, no conflictiva en asuntos de enfrentarse con perseguidores, o de andar callejeando en procura de tormentos, o en denunciar ante emperadores su virginidad, o en enfrentarse a superioras que no daban la talla en eso de la oración y del ejemplo, porque de todo hay en el santoral. Esta fue una mujer enamorada de su hermano de por vida, desde que tuvo uso de razón hasta que le tocó el turno. Escolástica ella y Benito él. Santo él y santa ella.
Lo de Benito ya se sabe: estudioso, preocupado por las cosas, admirador de San Atanasio, San jerónimo y sumamente curioso por la vida de los famosos eremitas de Oriente, es decir, de esas personas que elegían la soledad, se retiraban a sus cuevas, hacían de su vida oración y sacrificio y esperaban así la salvación.
Tanto le cautivaron estos ermitaños que quiso imitarlos. Hasta que terminó inventándose unas normas de convivencia para todos aquellos que quisieran seguir sus pasos de anonimato.
Escolástica, que medía todo ir y venir de su hermano, que no lo dejaba ni en sueños, que admiraba a los mismos e intentaba instruirse en lo mismo, terminó admirando a su hermano por encima del resto. Su madre ya le había advertido:
- Sé, hija mía que los adornos postizos, los ricos vestidos y los callares de perlas, no valen nada delante de Dios. El mayor elogio que puede hacerse de una doncella es su modestia y piedad.
No era consejo baladí, pues tenía con qué hacerse con alhajas y tenía además dotes donde y como lucirlas. Dicen que desbordaba belleza.
>De la opinión de la madre era el hermano, es decir, Benito. Y no había más que hablar.
Benito fundó su convento asentándose en su regla, y Escolástico le solicitó ayuda para, a su vez, fundar su propio convento, inspirado en la regla de el. Convento para hombres. Convento para mujeres. Pero no muy lejanos el uno del otro. A pesar de estar cercanos, y a pesar de quererse como se querían, no era costumbre verse asiduamente. Una vez al año está bien. Propuesta de Benito. Y Escolástica, qué remedio, a aceptar.
La última vez que se vieron Escolástica sabía que era la última vez, y luego de charlar de sus cosas, la hermana solicitó a Benito permanecer con ella durante toda la noche. Benito que no. Ella que sí. Benito que no. Y luego el silencio. Pero no se sabe cómo, comenzó tal chubasco, precisamente cuando el cielo no amenazaba torrentera, que Benito no tuvo más alternativa que ceder:
- Me quedaré, qué remedio.
La sonrisa de Escolástica se dulcificaba más con el estruendo de los truenos, con el estrépito del chubasco. Pero como la verdad debe ser la norma, Escolástica confesó:
- Perdóname, Benito. Se lo pedí a Dios y me ha escuchado: el Señor ha preferido el amor a la Regla.
Y esto es lo que me gusta de esta historia: que las leyes, por muy buenas que parezcan, nunca deben ser las definitivas. Siempre hay algo que las supera, sobre todo si ese algo es el amor, el fraternal incluido.
Dicen que a los tres días murió Escolástica y Benito, desde la ventana de su celda, vio cómo se alzaba hasta el cielo una
. palomita blanca.