Santa Apolonia o la Virgen desdentada (9 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Desde el siglo III a estas fechas han transcurrido muchos años y pocos cambios, al menos en lo que nos atañe. Quiero decir, que el progreso lo es en una sola dirección, en otras vamos hacia atrás. O lo que es lo mismo, la historia se repite en sus oscuridades, el camino se empeña en retroceder para que la esperanza no prospere. Cuando uno apuesta por la diafanidad, por la sonrisa globalizada, por el estrechón de manos independientemente que la mano estrechada sea la derecha o la izquierda; cuando uno apuesta por la igualdad en lo que debe ser igual y por la diferencia en lo que inevitablemente debe ser diferente, siempre aparece algo o alguien que aprieta las bridas para frenar, alguien que inventa profecías catastróficas para que las catástrofes sobrevengan. Y a esta conclusión llego luego de enterarme de lo de Apolonia, virgen y mártir por culpa de un agorero de catástrofes.
Erase en aquellos días el caso de un profeta inventándose a sí mismo, o de un juglar envenenado, o de un pregonero a sueldo, que se dio a la tarea de corretear por calles y plazas de Alejandría anunciando males impensables, los nunca vistos. La gente vivía tranquila porque convivía, que es cuando se puede vivir en tranquilidad, cuando se convive. Cristianos y paganos no se veían tan diferentes y podían transitar por las mismas plazas, y escanciar vino en los mismos vasos, y cantar muy posiblemente las mismas coplas, y acudir a los mismos entretenimientos independientemente de cual fuera su creencia. Hasta que llegó el profeta y grito: 
- Lo que va a venir, lo que yo ya veo, la sangre que correrá, las fuentes de agua envenenadas, las cosechas arrasadas por langostas, las plagas que no respetan, las sequías que nos ahogan, las lluvias que nos resecan, los ríos desbordados, todo lo que veo que vendrá, vendrá si no nos deshacemos de los cristianos. Ellos son nuestra perdición.
Y ante tales augurios ¿qué queda?. El sálvese quien pueda. ¿Y cómo? Matando preventivamente, bajo la ideología del por si acaso. Así que quien antes era ciudadano normal se convirtió en sospechoso y del sospechoso líbrennos los dioses.
Comenzó una persecución no programada desde el poder, aunque sí permitida por el poder, porque los poderes también sucumben ante los agoreros. Y uno a uno fueron cayendo. Primero el viejito metro, moliéndolo a palos y lapidándolo extra muros. Luego la matrona Cointa, igualmente lapidada. Después los tumultos callejeros, luego el asalto a las viviendas donde moraban los sospechosos. Y los incendios, Y los saqueos, Y la destrucción. Todo por culpa de un predicador pronosticador de catástrofes.
Hasta que el turno le llegó a Apolonia.
- Si no blasfemas, vas a la hoguera.
- Pero soy inocente.
- Pues blasfema
Y como se negó a blasfemar, pues a la hoguera. Pero antes, porque la saña de los agoreros es así, con un canto le partieron los dientes y las muelas.
Y es que me da que estamos retornando a aquellos tiempos, que los tales profetas pululan por todos lados, que los agoreros nos atosigan, que los ayatolaes han pronunciado nuestra condena. Es el pecado de la intransigencia, que en todo tiempo ha habido, ahora hay, y posiblemente después habrá. Así es que santa Apolonia nos cuide dientes y muelas.

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