San Pedro Damian o el libertinaje eclesial (21 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

¿Quién le ponía el cascabel a ese gato llamado Benedicto IX, Papa? Papas como éste pasan a la historia, claro que pasan, pero no a la historia de la santidad de la Iglesia. Fue un tipo que se hizo cargo de todos los vicios, desde el vicio del poder hasta el vicio de la lujuria. Fue un Papa libertino que convirtió en libertino a gran parte de su entorno, incluido el Vaticano, los monasterios, las abadías, los cabildos catedralicios, las sacristías. Dicen que la simonía y el concubinato era la norma, que la francachela prosperaba, que el vino corría, que las alcobas se rifaban, que las rameras de alta estopa andaban a sus anchas. Dicen que la vida eclesiástica era un desbarajuste, y que nadie se aventuraba a poner orden. Y cuando alguien decía, vamos a poner orden, el desorden prosperaba.


Eso le dijeron a Pedro Damián, natural de Rabean, pobre de nacimiento, huérfano y con muy poquitas posibilidades de prosperar. A un individuo a sí las posibilidades se le acortan y lo que puede prosperar para ser distinto al resto, es el retraimiento, el alejarse del mundanal ruido, que en este contexto no es metáfora, el dedicarse a la penitencia ya que la Iglesia ha dejado de ser penitente.


Tan mala suerte tuvo el hombre que hasta su hermano, mayor, quien se hizo cargo de él, lo trató como esclavo. Malos años de infancia y juventud pasó. Malos años hasta que otro hermano lo convenció para que se fuera con él, “porque así no puedes seguir”. Y como así no podía seguir, aceptó y se prestó al amparo de su hermano Damián, quien sí se portó como tal. En agradecimiento Pedro se endosó de segundo nombre el de su hermano. Desde entonces sería Pedro Damián.
Lo llamaron para poner orden entre los eclesiásticos, desde los más encumbrados hasta los de más bajo escalafón. Así es que de monje, que era su vocación, pasó a obispo, luego a cardenal, y fungió como legado. Y en cada apartado de su quehacer fue triunfando a medias, porque en estos menesteres de reforma, cuando hay que reformar desde arriba, las cosas no terminan arreglándose. Lo intentó, eso sí. Con todos los sinsabores que acarrean estos intentos. Lo intentó predicando, fundando monasterios, escribiendo, acusando, apostrofando. Sacó a relucir a Sodoma y a Gomorra, pero como si nada. Sacó a relucir a los inconvenientes, pero qué va. Se salvó algo, pero no todo. Porque estas cosas pican y se extienden. Sólo intentarlo ya es una virtud, aunque se mofen desde las alturas.


Y es que en las instituciones, cuando se habla de reforma, malo. Tendría que venir también ahora este Pedro Damián para hablarles con idéntico temple a los pederastas y otras malas hierbas. ¿Reformar a quién? ¡Condenar! A veces pensamos que estos males son de entonces, que ahora todo es miel sobre hojuelas, y no. 


Así es que este santo es muy apropiado para los tiempos que corren, para que no se silencien los pecados, para que no se excuse ni a los libertinos ni a los que los excusan ni a los que los protegen con el silencio. Un Pedro Damián sin miedo para los tiempos que corren, porque las reformitas no sirven más que para encubrimientos. Temple como el de San Pedro Damián, eso es lo que falta.

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