Santa Juliana, la estafadora (16 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Pues no sé si se trata realmente de una mujer a imitar, a no ser que lo que de ella se cuenta sea falso, que tampoco seria de extrañar. Es posible que a su jugarreta la llamen picardía, aunque opino que hay picardías que, al engordarse, se convierten en estafas. Y algo de eso hay de por medio en esta historia.
Familia ilustre: padre pagano y profesional del derecho, y madre agnóstica. El panorama no es muy claro para que en semejante ambiente pueda prosperar una santa cristiana, quizá por ello decide bautizarse en secreto. Así es que en su entorno la muchacha vive una vida doble, callando lo que le interesa y poniendo las condiciones que le van. Porque de eso es de lo que se trata: de una amañadora de situaciones.
Resulta que llegó el momento de las decisiones en casos así, muchacha buena moza, familia más que acomodada, edad apropiada, belleza porque si y padres deseosos de darle el marco apropiado a la hija. Y más cuando el pretendiente no es ni más ni menos que un joven senador. Es decir, una vida resuelta, una sociedad a punto, un desplegarse por los mejores entornos sociales. El senador se llamaba Eluzo.
No parece disgustar a Juliana el muchacho. Con el sale, con el se muestra cariñosa, con él se esmera en cortesía, pero a la hora de decirle, de acuerdo, me caso contigo, viene la primera condición:
- De acuerdo, me caso contigo, pero cuando seas prefecto y juez de la ciudad.
Con exigencias así nadie puede decir que vaya para santa, y mucho menos para santa cristiana. Había colocado la condición casi insuperable. Pero, cosas de la vida, el muchacho se esmera, prospera y lo consigue. Posiblemente lo logra en base a lo que se logran muchas veces estos cargos: influencia, corrupción, dinero de por medio y también, por qué no, dotes personales: consigue el puesto de juez y prefecto de Nicomedia. Así es que la mesa está servida para las pretensiones de Juliana.
Pero la niña quiere más. ¿Más todavía? ¿Más, pregunta su padre? ¿Más, insiste su madre? Y ella: sí, más. ¿No tienes ya suficiente? ¿Qué es lo que deseas ahora?
- Que Eluzo se haga cristiano.
- ¿Estás loca? ¡Por Apolo! ¡Por Diana! ¡Por todos los dioses! ¡Antes muerta!
Y el abogado, burlado, quiere poner las cosas en su sitio.
- ¡Esto lo arreglo yo!
Y hecha mano de sus argumentos: los gritos primeros, lo de quedas desheredada, lo de ya verás, lo del estaño derretido, lo del fuego, lo de la cárcel.
- ¿No te basta todavía? ¿Sigues en tus trece?
Pues sí, la niña, tozuda, seguía en sus trece. Y como no hubo forma de cambiarla de opinión, es decir, como ya se convencen que remedio no hay, pues el castigo máximo, como a cualquier cristiano, porque no van a ser estos tipos quienes manchen la honorabilidad del hogar. Y se deciden. Y ordenan que se le corte la cabeza.
Era bonita y tenía 18 años. Y dicen que fue decapitada justamente el 16 de febrero del año 308.
¿Creemos la historia o no? ¡Yo sí la creo! ¡Aunque me da un cosquilleo por dentro!

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