Faustino y Jovita o la magia como excusa (15 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

La magia va conmigo. Los juglares también. Y los saltimbanquis. Y los titiriteros. Y todos los que se ganan la vida con inventos inverosímiles. Y todos los que andan de pueblo en pueblo, a lomos de sus carromatos, llevando ilusión a críos y mayores, mostrando monitos amaestrados, guacamayas amaestradas y variopintas, cabras que ladean los cuernos, perros que sonríen, trapecios que terminan cayéndose, narices redondeadas y pintadas de rojo, labios abultados y ojos achinados. Ilusionistas. Quienes sacan de la manga un conejo, quienes hacen volar una palomita desde una oreja, quienes hacen desaparecer una moneda en el aire para que termine cayendo en tu bolsillo. Trucos, risas, alguna desfachatez, algún chiste fuera de tono, alguna carcajada que se queda helada a medio camino. Son los milagreros que rompen la cotidianidad, que saben poner un punto de risa allí donde parecían eternos los puntos suspensivos de la rutina. Por eso soy devoto de estos santos anónimos y seculares que llevan en su fantasía el truco de realizar milagros mentirosos pero redentores.


De algo así acusaron a estos dos hermanos, varones ambos aunque el segundo suene a nombre femenino: Faustino y Jovita. Mártires. Año de 122.


Hay que entender que eran aquellos tiempos en los que el cristianismo, más que una religión se consideraba una peste, y contra las pestes, líbrennos los dioses. Es decir, que la persecución, al menos sobre el papel, tenía fundamento. No se diferenciaba mucho de ciertas persecuciones de ahora, las cuales, si no te llevan a la horca pueden llevarte a un tiro por la espalda, a un secuestro, un atentado, a un hacerte cambiar de opinión para que la cosa no vaya a mayores. Así es que estamos en las de siempre.


Lo cierto es que el imperio quiere sobrevivir y no es de lógica permitir que se enquisten en su entraña los virus. Así es que llegó la acusación
- Emperador, andan por ahí unos tipos de muy mal ver. Hacen y dicen cosas que no encajan con lo que nosotros decimos y hacemos. Quieren suplantar a nuestros dioses, y el imperio, sin los dioses que lo protegen, puede venirse a pique. No son muchos, pero utilizan artes que no nos convienen. La gente se deja engañar por cualquier cosa. Tienen magia en las manos y en la palabra. Y adoran a un dios judío a quien tanto los judíos como el Imperio lo crucificaron por facineroso. Dicen que el tal ha resucitado, que anda con ellos, y que es el único que puede salvar. Así es que estos individuos son peligrosos, tanto o más que los ejércitos con los que nos enfrentamos. Magia en las manos y magia en las palabras. Al tal dios lo llaman Jesucristo y no son pocos los que ya lo adoran en su altar. ¿Qué hacemos?
- Lo que hay que hacer.
Y lo que había que hacer, se hizo. Como los obligaron a derramar incienso ante el dios Sol, aunque solamente fueran unos granitos, sólo para que el Dios del Imperio no se enfureciera, se convirtieron en apostatas y los reglamentos decían que contra los apóstatas, decapitación. Así es que les cortaron la cabeza.
Sus seguidores dijeron que ellos, como venganza, y después de muertos, lograron que la estatua del Dios Sol se desmoronara y cuando fueron a recoger los pedazos en vez de oro recogieron polvo. ¿Un truco más de su magia? Ante tal fenómeno, algunos se convirtieron.

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