Santa Margarita de Cortona o la madre soltera (22 febrero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Esta es la historia de una madre soltera, como una de tantas, que no fue santa por ser madre soltera pero que tampoco dejó de serlo por ello. Hoy día estas cosas no parecen tener gran importancia, y muchas de quienes lo son, alardean de ello. A mí, la verdad, ni me va ni me viene. Me refiero a lo de alardear. Al fin y al cabo cada quién es dueño de presumir de lo suyo. Lo que sí me molesta es presumir comercialmente de la soltería maternal, de comercializar la soltería maternal, de encumbrar a la soltería maternal como si el resto de las maternidades estuvieran fuera de tiempo. Es decir, lo que realmente me molesta es sacralizar la soltería maternal. Si en aquel tiempo hubiesen existido las revistas del corazón quizá otra suerte hubiese llamado a la puerta de margarita, sobre todo por la importancia de quien compartía lecho: nada menos que un conde


Margarita era pobre, y esa condición suele empujar hacia caminos no deseados: Margarita era pobre y cuando se le tercia un conde, en su caso el de Montepulcino, parece que el asunto está resuelto. Tuvo un hijo con él, y ya está. Y el conde no la dejó en la calle. Convivieron durante varios años, hasta que la mala fortuna cayó sobre él conde y con ella y la criatura: lo asesinaron.


Pocas puertas quedaban abiertas para Margarita y el niño. Ni siquiera la de su casa. El padre sí la quería con él, pero la madrastra no, y como la madrastra manda, pues Margarita se quedó a la intemperie. Hasta que le echaron una mano quienes siempre se la echan a estas criaturas: los religiosos, los franciscanos. A ella y al niño.


O sea, que se dan también las clases sociales entre las madres solteras: las de alcurnia y las otras, las que pueden presumir y las que prefieren aguantar. Las que se venden y las que se sobreponen. Las que se publicitan y las que, sin esconderse, no alardean. Las que no hacen de su condición una religión para el espectáculo, para la telenovela, para las revistas del corazón, para los programas basura, para todo eso.


Esta Margarita, santa, reivindica a todas las madres solteras por ser madres, pero sobre todo reivindica a las que continúan siendo madres sin más ostentación que la de la maternidad como virtud.


Dicen quienes la conocieron que fue buena, como madre, como mujer, y como ejemplo de dignidad. Pues no otra cosa hace falta para ser santo. Y, sobre todo, que la Iglesia, oficialmente, lo reconozca, que no suele ser lo común. En la vida de Margarita no se dan las pomposidades milagreras de otras vidas, se da simplemente la humildad y el reconocimiento. Y eso es suficiente.


Me alegro de que muchas mujeres puedan mirarse en el espejo de Margarita de Cortona, mujer del siglo XIII, acosada como se ha venido acosando injustamente a estas mujeres. ¿Pecadora? Pues, como todos. ¿Santa? Pues como pocos. Así es que a más de una amiga mía voy a decirle: ponte en contacto con Santa Margarita.
- ¿Para qué?
- ¡Ya lo verás!

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