Coleta o Nicolette ¿Con qué Papa? (6 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No tuvieron que pasarlo bien estos creyentes en aquella época. Se llama la época del Cisma de Occidente y duró desde 1378 hasta 1417. Treinta y cinco años sin saber quién es quién. Treinta y cinco años disputándose el papado, ¿disputándose el papado?, sí, disputándose el papado como se disputan hoy día los candidatos a presidentes los resultados de las elecciones, a pesar de que en el caso de los Papas las elecciones no eran como estás sino simplemente apoyos. Tres representantes oficiales tenía Cristo en la tierra, y como eso no podía ser, pues a saber quién era el verdadero. Papas y antipapas. Y sin acertar si el antipapa era el papa, o el papa era el antipapa. Tres hubo a la vez, uno en Roma, otro en Avignón, otro en Pisa. ¿Que había política de por medio?. Pues claro. ¿Pero qué culpa tiene el creyente común de los intríngulis de la política?
Un francés, por ser francés, tiene que defender lo suyo, y cómo no defender a ese Papa de Avignón que era el más cercano y, por lo tanto, el de uno. Así es que esta muchacha, Coleta, de dieciocho años y huérfana, tuvo que lidiar con la obediencia paternal a un padre espiritual que no sabía si era el auténtico, pero que las circunstancias la obligaban a obedecer; quiero decir, las circunstancias de origen, las circunstancias geográficas, las circunstancias francesas.
En situaciones así, de confusión, lo que priva es el relajo: relajo en las curias, relajo en las sacristías, relajo en las diócesis y relajo en los conventos y monasterios. ¿Y quién se aventuraba a poner orden ante semejante relajo? ¿En nombre de qué Papa? ¿A quien obedecer legítimamente si se desconocía la legitimidad? Y en medio de este ambiente, tres fueron los monasterios que Coleta eligió, vistió su hábito y lo desvistió: ¡demasiado relajo!
No había nada que hacer. Los conventos no servían y vivir con quienes en ellos vivían desenfrenadamente resultaba peor, así que decidió enclaustrarse a rajatabla: mandó construir en la iglesia de Nuestra Señora de Corbie dos contrafuertes para refugiarse dentro, sin contacto alguno con el resto. Es decir, literalmente una cárcel voluntaria. Y dentro de aquellas paredes, lo que le pareció oportuno: rezar, meditar, flagelarse, ayunar... para que los descarriados volvieran al redil.
Aunque ella no lo sabía, era una mujer para no estar encerrada. Las cosas no se arreglan ocultándose sino enfrentándolas, y decidió entrevistarse con Benedicto XIII, en Avignón. E hizo caso a uno de los Papas: se vistió el hábito de la Orden Franciscana y se dio a la tarea de que los disolutos entraran en razón. Le costó, porque ¿quién se resigna a dejar una vida tan apetecible? Así es que comenzó a sufrir los dimes y diretes de seglares, religiosos, religiosas, prelados incluso.
- Esta tía es una amotinada.
- Una orgullosa.
- Hipócrita e ilusa, eso es lo que es.
Pues ya se sabe, lo de siempre. Y lo consiguió. Dicen que la peste le echó una mano, pues aquel virus mandó al otro mundo a no pocos trasnochadores. Lo cierto es que Coleta, a pesar del Cisma, a pesar de la corrupción, a pesar de los pesares, se salió con la suya. Y por eso hoy la llaman santa.

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