El Príncipe Santo (4 de marzo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Y es que resulta difícil imaginarse a un príncipe distinto de cómo los vemos, distinto de cómo nos los hacen ver, distinto de cómo los muestran. Un príncipe, hoy, es para las revistas del corazón, para escaparse de palacio y rondar las discotecas, para presenciar oficial o clandestinamente los eventos deportivos de los compatriotas, para esquiar en invierno, navegar en verano, irse de copas, desmentir noviazgos y definitivamente casarse con quien menos se espera. Un príncipe moderno a veces no le hace caso a la familia porque tiene que hacerle caso a los amigos, a la afición. Un príncipe moderno está educado para ser serio y digno en los protocolos y vivaracho y desenfrenado fuera de los protocolos. Un príncipe moderno es para la modernidad secular, para la propaganda secular, para la buena imagen secular, para la “santidad” secular. Por eso no me
imagino a este Casimiro de Polonia como un príncipe príncipe, sino como a un príncipe a escondidas.
Lo educaron para hacerse cargo del trono, que ese es buen propósito en todas las monarquías, en todas las sucesiones organizadas. Lo que no es poco. Porque a veces los príncipes ni siquiera se dejan educar, o al menos no como quieren educarlos. A este lo educaron para gobernar, pero para gobernar bien, como manda el trono y como exige la ética de los gobernados. Le colocaron dos asesores: uno para que fuera instruyéndolo en la ciencia, otro para que fuera instruyéndolo en la virtud. Y parece que ambos asesores lo lograron. Pero, con estas credenciales, ¿qué princesa iba a poner los ojos en él si él nada hacía para cautivar a princesas? Y esas edades, los veinte años, hay que pensar en casamientos para que nadie se ponga nervioso: principalmente para que no se ponga nervioso el sistema de sucesión, vale decir, la casa real, y para que tampoco los súbditos inventen rumores que no vienen a cuento.
Su padre, el rey, lo llevaba por el buen camino de la gerencia del reino, que era su obligación; gerenciaban Polonia y Lituania. Y parece que el muchacho lo hacía bien. Tanto que ya parecía estar apto para el matrimonio, preocupación de cualquier monarca para su sucesor.
- Tendrás que casarte, hijo.
- Pues no.
- ¿Cómo que no? Te he buscado a la hija del Emperador Federico. Es mujer como tu madre, virtuosa.
- Pues no, padre. He prometido no casarme.
- Como tú quieras.
Así que el rey debió de pensar en otras oportunidades para el reino.
No le dio tiempo a pensar demasiado. El muchacho cayó enfermo, tuberculosis, y todos los médicos del reino no pudieron salvarlo. Y murió. No hubo milagros. Nada fuera de lo normal. Dicen, eso sí, que el joven príncipe en vez de andar correteando se dedicó se dedicó a que el reino, Polonia y Lituania, fueran católicas de verdad. Como ha sido. Por eso lo han hecho santo.

.