Teodosio o aprendiendo a morir (11 de enero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

- Yo he de morir.
Y la pala sacaba del hueco una palada de tierra.
- Yo no sé cuando.
Y la pala se afincaba nuevamente en el hueco, y otra palada más.
- Yo he de morir, yo no sé dónde.
Y el montón de tierra iba creciendo.
- Yo he de morir, yo no sé cómo, pero lo que sí sé de cierto es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre.
Así instruía Teodosio a sus jóvenes seguidores, para que se convencieran de que eran polvo y en polvo se convertirían, según el antiguo rito de la imposición de la ceniza el miércoles santo.
Por aquellos lugares desérticos muchos hoyos de tumbas aparecían abiertos, esperando el no se sabía cuando. No hay más alternativa para vivir eternamente que cavar diariamente la eternidad, les decía Teodosio, el que se había retirado a vivir en el desierto, alejado del ruido que contamina, refugiando el espíritu en la soledad que aclara.
Cuando el primer religioso se inclinó ante el monje Teodosio y le mostró la tumba concluida, y le preguntó:
- Padre, la sepultura ya está lista ¿qué hacemos?
Teodosio contestó:
- ¿Quién desea ocuparla?
- Yo, si ese es el deseo de Dios.
Y a los cuatro días, cuenta la historia, el religioso, sin previo anuncio, sin previa enfermedad, con toda la frescura natural de la juventud por delante, cayó muerto.
Se trata de una historia macabra, hay que admitirlo. Y acepto que sea más metáfora que realidad. Acepto que se trate de una moraleja que dice: para la muerte hay que estar siempre preparado, con la tumba dispuesta, porque nunca sabemos ni el cuándo ni el dónde.
Teodosio no era estrafalario. Por respetar, respetaba hasta el lenguaje de sus seguidores: construía conventos distintos para que en cada cual vivieran los que hablaban la misma lengua, griego unos, idiomas eslavos otros, o hebreo, árabe y persa otros. Es decir, poseía el don inestimable de la buena comunicación, del perfecto entendimiento, de la palabra que no admitía equívocos. Se trataba, por ende, no sólo de vivir sino, sobre todo, de convivir entendiéndose.
Este Teodosio fue, sobre todo, sembrador de monasterios. Dicen que cada uno era como una ciudad donde habitaban santos: todo se hacía a su tiempo, desde la oración hasta el trabajo y el descanso. Lo único que carecía de programación era la muerte: “Yo he de morir, yo no sé cuándo; yo he de morir, yo no sé dónde; yo he de morir, yo no sé cómo; pero lo que sí sé de cierto es que si muero en pecado mortal me condenaré para siempre”. Y entre verso y verso, entre jaculatoria y jaculatoria, una palada de tierra.
Y todo lo que hizo fue por los alrededores de Belén, porque, antes de dedicarse a preparar a los suyos para la muerte anduvo peregrinando por Jerusalén, Nazaret y Belén. Y después de esos encuentros con los lugares, tomó la determinación: vivir en la soledad, prepararse para vivir eternamente.

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