El maquillaje

Autor: Adolfo Carreto  

 

 

Nos están enseñando a dudar de todo. Nos están enseñando a desconfiar, a llegar a la conclusión de que lo que vemos, sobre todo en televisión, no es la realidad. Nos están asegurando que los personajes que dirigen nuestras vidas no son esos que aparecen; los que realmente son, son los que se ocultan tras la máscara del maquillaje.

     El maquillaje, por lo tanto, es lo que manda. Que quiere decir: lo que no vemos es precisamente lo que manda. Y uno se pregunta, ¿por qué esos individuos a los que llamamos hombres públicos, me refiero en este caso a Tony Blair y a toda la comparsa de políticos, no quieren mostrarse como son?. Sospecho que lo que desean ocultar no son precisamente las arrugas sino las intenciones, o eso que pudiéramos traducir por la buena o mala fe, lo que inspira confianza y lo que, a buen ver, retrataría la desconfianza ocultada.

     Tony Blair ha utilizado, del erario público, unos mil quinientos euros para mostrarse en la pantalla televisiva no con su verdadera identidad sino con la maquillada. Lo del costo es lo de menos, lo que sorprende es la intencionalidad. Lo que fastidia es intentar, a fuerza de maquillaje, a fuerza de camuflaje, a fuerza de apariencia, ocultar la verdad, o convertir una media verdad en verdad total, que suele ser más descarado y hasta más perjudicial.

     Mil quinientos euros para maquillar mentira, como la de la justificación de la guerra en Irak, como las de otras tantas injustificables justificaciones, no es tanto dinero. Pero es mucha cara dura, es mucha burla, es, sobre todo, intentar camuflar la vida de los ciudadanos convirtiendo la mentira en verdad. Y esto no solamente enfurece, sobre todo denigra a la colectividad, pone en tela de juicio la razón de las justificadas muertes injustificadas.

     Pensábamos que el maquillaje televisivo era exclusivamente para ocultar las arrugas, para aparentar más joven, como lo intentó fraga, para intentar más seriedad, como lo intentó Rodríguez Zapatero. Pero no, de lo que se trata es el maquillaje para la convicción del ciudadano sobre algo en lo que el ciudadano no comulga.

     Sé que los jefes de estado poseen el argumento de la razón de estado para no airear ciertas cosas, lo cual puede ser favorecido por la prudencia política, no por la prudencia politiquera, que cosa bien distinta es. Sé que no se pueden andar divulgando sin ton ni son todos los entresijos de la seguridad ciudadana. Sé que no se pueden ofrecer gratuitamente las armas al enemigo. Pero igualmente sé que el maquillaje, la careta, tarde o temprano termina diluyéndose, y lo que viene como colofón es la no creencia.

     Así es que cuando miremos a Bush a los ojos, cuando miremos a Blair, cuando miremos a Aznar, tendremos que procurar redimirlos de ese maquillaje, no para acusarlos de habernos robado mil quinientos euros, que ese tipo de revancha monetarista tampoco me gusta, sino para saber si nos mienten o no. Porque la mentira como producto cuesta mucho más de mil quinientos euros, cuesta la credibilidad, que es lo que nos está faltando en estos tiempos que corren, y de la que tanto necesitamos.