Raimundo, el de la capa por barca (7 de enero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Hace buena vela la capa de un fraile dominico para lanzarla a la mar y que el viento te dirija. Se trata de una capa negra, para que contraste en la lontananza marina, para que surque el trayecto de Mallorca a Barcelona. Es apta la capa, de tela abundante, sostenida por un palo simulando timón, para que el viento te conduzca a puerto. Pero a nadie se le puede ocurrir que a alguien, para contravenir la orden de un rey, coloque la capa sobre el agua de la playa y la convierta en barquichuela. Dicen que se le ocurrió a Raimundo, que por aquel entonces ya tenía muchas letras en su cabeza y también no pocas preocupaciones. Pero como Jaime, el rey mallorquín, le había prohibido abandonar la isla, Raimundo lo desafió y se hizo a la mar, camino hacia Barcelona, sobre la barca que era su capa. Así es como lo vemos en las gráficas. Pero yo lo dudo. Y eso que dudo muy poco de lo que se cuenta de los santos dominicos, precisamente porque son santos poco estrafalarios. Ni siquiera los más humildes lo son.
Raimundo era de noble cuna. Ha pasado a la posteridad con el apellido del castillo donde nació: Peñafort, cercano a Barcelona. Eran tiempos de moros y cristianos y las familias pudientes se hacían fuertes en castillos. Raimundo nació protegido.
Era dominico con letras, como era norma de los dominicos. Antes de ser freile ya era hombre de letras. Bolonia, por ejemplo, le había concedido el título de doctor. Era hombre de leyes. También de filosofía. Después de teología. Así es que era hombre de libros: de los ajenos y también de los propios. Y se fue al convento de los dominicos a pedir autorización para continuar con lo suyo, aunque no solicitó cátedras sino oficios más humildes. Por ser buen docente y buen hablador se consideró orgulloso, y contra el orgullo pues la humildad en el quehacer. Tampoco se trata de mala medicina.
Antes de llegar al final hay que decir que estuvo en la raya de vida de los cien años, que son muchos años para aquella época y para ésta. Así es que en vida tan generosa fue mucho lo que pudo hacer, y mucho lo que hizo. Y entre lo que hizo, amén de las predicaciones, amén de las enseñanzas, estuvieron los libros. Las recopilaciones. El Papa le encargó una Summa, esto es, un resumen de las respuestas difíciles en la confesión, que ya habían sido planteadas desde la antigüedad. Y Raimundo se dedicó a la tarea. Es casi una tarea jurídica, es decir, lo de los antecedentes ya consagrados. ¿Y para qué inventar respuestas que a lo mejor no respondían, si las que habían respondido ya estaban dadas? Únicamente era necesario recogerlas, hacerlas del común, crear jurisprudencia. Y Raimundo lo hizo. Por eso me gusta más la imagen del dominico rodeado de libros, consultando, investigando, muy propio del catedrático, que la de un navegante estrafalario lanzando al mar su capa para que le sirviera de vela de una barquilla que no existía.
Es un hijo de Domingo de Guzmán, el castellano, y los hijos de Domingo, los dominicos, ya se sabe cómo son y para qué fueron fundados. Si se aceptan las normas del castellano de Caleruega, en Burgos, la santidad está garantizada. Se trata de tres votos comunes: pobreza, castidad y obediencia. Y se trata de un lema: Veritas, la Verdad. Con mayúscula. Este catalán los cumplió a cabalidad, según se dice, y según se reconoció ya entonces. Hasta dos reyes asistieron a su entierro. No suele ser normal. Tenía casi ya cien años y cien años con la Verdad por delante son una garantía. Lo de la capa, como vela de barquilla, es una anécdota.

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