La Epifanía o los Reyes Magos (6 de enero)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Eran tres y venían de Oriente. La verdad es que no se sabe cuántos eran ni de dónde venían, ni si eran reyes o magos. Pero vinieron. Con una sola intención: comprobar si era verdad lo de la estrella, es decir, lo de la visión. Presumo pensarían no se trataba de un niño cualquiera. Las estrellas no envían mensajes sin fundamento. Mucha tuvo que ser la desilusión al comprobar que el muchachito era de lo más humilde entre los humildes, sin casa propia y rodeado únicamente del padre y de la madre. Puede que también acudieran algunos curiosos, bien intencionados, claro que sí, pero curiosos al fin: pastores de la comarca o familias como aquella, que se habían quedado sin lugar en el pueblo y que tuvieron que acudir a la buena voluntad del cobijo de los pobres. Siempre ocurre lo mismo.


Además de la visión tradicional de los reyes magos, que es lo que más se estila para ser magos y reyes a la vez, tenemos muchísimas estampas de ellos. Cada pintor los ha acomodado a su pincel. Algunos de estos admiradores han pasado a ser personajes reales del renacimiento, convertidos por obra y gracia del pintor, o del encargante del cuadro, en reyes postrados ante el pesebre. Los vemos en grutas o en palacios renacentistas, los vemos con atuendos disímiles, los vemos según las circunstancias de la época. Pero siempre los vemos postrados ante el Niño, o arrodillados o levemente inclinados ante El. Los vemos con los tradicionales presentes, oro, incienso, mirra, porque algo hay que ofrendar a un recién nacido, y más si ha sido anunciado tan clandestinamente en el firmamento, a través de una estrella que no habla pero que marca el camino. Los vemos con séquito o sin él. Pero siempre son ellos e inconfundibles.


La modernidad no los ha puesto en tela de juicio pero sí le inventó competidores: Papá Noel, San Nicolás, o quien sea. Quizá por eso de los regalos más que por lo de la adoración. O sea, que para la comercializada modernidad eran más importantes el oro, el incienso y la mirra que el camino andado, que la intención de encontrar.


Yo conservo de los reyes magos mi particular veneración. Para mí tienen nombre y apellido, voz y cara consabida, a pesar de los esfuerzos que hacían mis tíos, en la ventana de mi cuarto, por fuera de la casa, constatando que llegaban desde Oriente. Yo sabía que habían caminado muy poco trecho, pero lo importante era que estaban allí y que era constancia que me habían traído lo que fuera. Eso sí, con una recomendación: “No acudas a donde los zapatos hasta por la mañana”. Era casi como un castigo. Una noche entera a la espera. Pero cumplía. Nada más despuntar el alba entornaba la ventana y allí estaba la ofrenda.


Solamente después supe que lo que este día se celebraba en realidad era la Epifanía del Señor, es decir, la manifestación, más allá de la familia y allegados, del que había nacido. Si estos reyes fueron reales seguramente se encargaron de divulgar la noticia durante el trayecto a sus lugares y en sus propios lugares. Es decir, que se convirtieron en los primeros divulgadores del acontecimiento. No sabemos cómo lo relatarían, pero sospechamos que de una forma mágica, como mágica fue la estrella y como mágico fue todo el suceso.


Los reyes magos para mí continúan siendo unos santos cargados de esperanza y que año a año se suceden, con un vestido u otro, para enseñarnos los caminos. Y si decimos que el tal camino es el del encuentro para la salvación está dicho todo.

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