Los tatuajes

Autor: Adolfo Carreto  

 

 

No me gustan, lo he dicho en muchísimas oportunidades. Los maquillajes siempre me han parecido un encubrimiento, un desprecio por la belleza natural de la piel, una forma de identificar en uno lo que no es de uno, un vestido que disfraza. Los maquillajes, esos que se han puesto de moda no precisamente por los desadaptados sociales sino por los adaptados y adaptadas a una sociedad de consume que se consume por la moda, me parecen un camuflaje, un robarle al cuerpo la parte digna de su desnudez que le pertenece. Y, hay que ver la cantidad de tatuajes, maquillajes artísticos, que se publicitan. Hay que ver la cantidad de técnicas que la industria del tatuaje ha publicitado. Hay que ver la cantidad de fotografías expuestas en los medios que promocionan las excentricidades, que nos han vendido.

     Brazos con tatuajes, muslos con tatuajes, ombligos con tatuajes, espaldas con tatuajes, lugares íntimos con tatuajes. Unos expuestos a la intemperie y otros escondidos para poder ser expuestos no sé en qué momento. Bueno, sí lo sé.

     Pero este tatuaje de inserción social se ha convertido en algunas sociedades o, mejor dicho, protagonizado por algunos grupos sociales, en camino hacia la delincuencia. Y no pocos jóvenes son rechazados, inclusive para conseguir trabajo, por desconfianza ante los tatuajes. Concretamente, en no pocas naciones centroamericanas. Y es que lo que ocurre es que ya desconfiamos de todo. Cualquier día un terrorista va a ser identificado por un tatuaje, a la intemperie de su piel o escondido, y ya se armó: tatuaje y terrorismo. Igual que está ocurriendo con los tópicos de color y terrorismo, procedencia y terrorismo, inmigración y terrorismo, perfume y terrorismo. Así es que no nos va a quedar otra alternativa que alejarnos de los tatuajes, por si acaso.

     Un sacerdote lo está intentando en Panamá, en donde el tatuaje en la juventud es tan mal visto que quienes lo lucen se exponen a quedar inactivos socialmente, con lo que eso implica para el futuro de estos muchachos. El sacerdote David Labuda está trabajando en forma gratuita, con la ayuda de expertos, y a marchas forzadas, para eliminar los tatuajes de los muchachos panameños, sobre todo en aquellos más proclives a los malos pasos. Es decir, la inserción social debe venir precedida por la eliminación del tatuaje. Lo hace en forma sofisticada, empleando la tecnología láser para que no quede rastro en la piel, pues cualquier indicio puede convertirse en prueba para demostrar una identidad equivocada del portador.

     He visto, en fotografía, cuerpos humanos, masculinos y femeninos, absolutamente tatuajeados. Se han vestido con ese ropaje del color que tanto se expresa en flores como en dragones, serpientes, estrellas o lo que sea. Cuerpos que se han cubierto de una identidad falsa, pero que han sido promocionados por la industria de la confección moderna de la modernidad. No sé si para estos personajes de alto calibre propagandístico servirá la máquina del padre David. Me temo que no. Pero lo que sí es cierto es que el tatuaje ha comenzado ya a ser sospechoso aunque, por ahora, solo para los pandilleros.