Los perfumes

Autor: Adolfo Carreto  

 

 

Al parecer, no es la edad lo más peligroso a la hora de elegir Papa. Es necesario hacer pasar a los señores cardenales por una especie de radiografía vaticana, que no es lo mismo que celestial, para que el votante estampe el nombre que cuadra. Esto es, el diagnóstico, no solamente es necesario a la hora de elegir sino imprescindible. El Espíritu Santo iluminará a su manera, pero los señores cardenales deciden según su personal diagnóstico. Esto es evidente.

     Dicen que la más seria enfermedad para que el Espíritu no estampe su firma en la papeleta es la del progresismo. O sea, que en los pasillos del cónclave los cardenales se miraron de reojo. Si alguien pretende llegar a Papa tendrá que disimular, camuflar o empequeñecer alguna de sus debilidades posibles de tono progresista. No lo digo yo. Dicen que lo ha dicho un monseñor con muchos años de experiencia en las conversaciones vaticanas de pasillo: “Lo peor que le puede pasar en estos momentos a un papable es que se le tilde de progresista o que se le descubra alguna enfermedad”. Lo de la enfermedad hasta resulta de mal menor, depende del tiempo que presuman los votantes que debe de durar el sucesor. Así es que todos deberán portar no solamente el certificado de la salud del cuerpo, sino de la del alma; y el progresismo es una aparente enfermedad del alma, según la doctrina para la sucesión. Ya se hablaba sobre el particular en las encuestas, que esta vez no se equivocaron.

     ¡Pues vamos aviados! Si de esto se enterara Don Quijote, ahora que celebramos su cuarto centenario de existencia, hubiese inventado otros castillos a derribar, otros ejércitos a combatir, otros entuertos que enderezar, otos desaguisados que componer. La verdad es que el diagnóstico del monseñor se cumplió: habemus Papa. Y tenemos el que había sido predestinado para ello y que las encuestas iluminadas por el espíritu asignaban.

     Al nuevo Papa, con perdón, hay que lavarle la cara; la que hasta ahora había mostrado, no cuadra. Pero de esto se encargarán los publicistas, que también en el Vaticano trabajan los asesores de imagen. No pienso que Ratzinger sea de los que rectifican. Intelectual como es, algún argumento encontrará para demostrar que la realidad no es la apariencia, o que la apariencia nunca fue realidad, según el argumento que se pretenda.

     Tenemos Papa y ha sido elegido según los cánones impuestos por su antecesor. Los votantes estaban en sus asientos porque len ellos los colocó quien deseaba que votaran como votaron. El progresismo estaba ya enterrado y Ratzinge, papable ya, lo aclaró en su última homilía. Es decir, dictó el dogma que vendría. Ahora no se va a desdecir porque el Espíritu Santo había guiado previamente la inspiración de Karol Wojtyla para nombrar a su sucesor.