Las nuevas madres

Autor: Adolfo Carreto 

 

 

La costumbre decía que antes de los treinta era la mejor edad para parir, ahora la moda dice que luego de los cuarenta. Muchas mujeres quieren ser juveniles, que no digo jóvenes, pues la juventud suele prescindir de la edad, pero lo juvenil no, digo que muchas mujeres quieren ser juveniles hasta los cuarenta. Y entre los veinte y los cuarenta, para algunos menesteres, hay mucha distancia. Como todo en nuestro tiempo está supeditado a la moda, cunde la moda del parir tarde, para que ese proceso no enturbie el camino que va desde los veinte a los cuarenta. Al menos eso es lo que aseguran las encuestas británicas, que sus mujeres con ansias de maternidad retardan sus ansias, más de la mitad, hasta los cuarenta.

     Admito que no es de mi incumbencia inmiscuirme en semejante decisión, pues esta es una decisión de mucha enjundia, y cada cual la trata a su medida. Así es que no pretendo la descalificación de la edad para ser madre, ¡faltaría más!, sino la descalificación de la moda para algo que debiera prescindir de la moda.

     Aseguran los entendidos todavía hoy que el riesgo, tanto para la parturienta como para el vástago, se acrecienta considerablemente luego de los cuarenta. Lo que pareciera indicar que estas nuevas madres que deciden retrasar la edad de la preñez, apuestan por el riesgo. A unas le toca la lotería, otras la pierden. Pero se me antoja que esto no es cuestión de jugar sino de apostar por la vida al menor riesgo posible. Si quedar preñada a temprana edad es riesgoso, por las consecuencias para la madre y para el hijo, no lo es menos pasarse de la edad. Así es que habría que aplicar el mismo argumento para unas y para otras.

     Hablo de lo consentido, no de lo forzado, que ese ya es otro cantar.

     No me gusta que cunda esta moda. Admito que la mujer tiene derecho a disfrutar de su vida según el ritmo que se le antoje y, si no quiere parir, pues que no para. Pero me da que pensar en la ética de esta nueva moda, la que al parecer, le ha salido bien a Madonna, a Jane Seymour, a Susan Sarandon y a muchas otras. Las revistas del corazón se encargan de publicitar estas maternidades tardías pero fructíferas y el ejemplo cunde. A ninguna de ellas se le puede quitar lo bailado, y no estoy hablando precisamente de metáfora. La esbeltez que sus cuerpos prodigan, ya pasados los cuarenta, pareciera una garantía para la imitación. Y esto es precisamente lo que me temo que no funcione.

     Luego llegamos al otro problema, al de la frustración. Las que lo intentan y no lo consiguen. Como si la naturaleza les negara un derecho tan natural como el de quedar embarazadas. No es que yo esté pensando en pecado divino, que eso era factible en otras épocas, pero se me antoja que sí hay algo de castigo por prolongar el ritmo natural, un castigo que muchas mujeres, quizá sin saberlo, se prodigan a sí mismas, con las lamentaciones y frustraciones posteriores.

     No todas las mujeres tienen la suerte de la rumana Adriana Iliescu, quien a los 66 años quedó preñada. Eso sí, con asistencia técnica, pero preñada al fin. La noticia dio la vuelta al mundo. Las noticias que se quedan en el anonimato son las de las miles de mujeres que luego de los cuarenta lo intentan y no lo consiguen.