El rebaño

Autor: Adolfo Carreto     

 

 

  No era necesaria tanta alharaca para hacer de las ovejas, rebaños humanos. A los humanos se nos ha encerrado desde tiempo ha en el aprisco que inventa a su conveniencia el poder, y de ese redil, por mucho que nos esforcemos, al parecer no hay quien nos abra la puerta. Una cosa es la prédica de la libertad y otra su ejercicio en libertad; igual puede predicarse de la religión y sus coláteres. Para que haya libertad, bombardeos libres para matar a troche y moche, sin ni siquiera ubicar en un redil  a salvo a  los inocentes, admitiendo que no todos seamos realmente culpables.

     He visto en fotografía a estas ovejas con cara de mayores que ya llevan en su contextura hígados, corazones, cerebros y otros órganos humanos; los científicos de la Universidad de Nevada se han empeñado en que estas ovejas se parezcan a nosotros. Las miro, y no. Siguen pareciéndome lo que son, ovejas. Cincuenta en total. No sé si prosperará el invento experimento, pero intento acercar a la mirada de este rebaño elegido, para poder leer su opinión. No puedo. Sé que eso de opinar es de humanos, y cuando las ovejas comiencen a ejercerlo, muy posiblemente comiencen a quejarse los pastores.

     Lo he escrito en muchas ocasiones: nací en el campo y mi abuelo, Eduardo, era pastor. Luego lo secundaron dos de mis tíos, todavía en la vida aunque ya no en el ejercicio de la profesión. De ahí me viene la devoción por las ovejas y sus cosas, esquileo incluido, queso y requesón incluidos. Estas ovejas que pastan científicamente en la Universidad de nevada producirán leche muy posiblemente, pero muy de seguro con otro sabor; y no sabemos si mejorará para deleite de nuestros paladares, ni sabemos de qué contextura será la lana, esa que mi abuela hilaba tan bien para hacerme calcetines para el invierto, tan oportunos. Digo lo que digo porque no sé el empeño en convertir a los animales en algo parecido a nuestra racionalidad. ¿Para amar como nosotros? Malo. ¿Para pelearse como nosotros? Peor.

     Los científicos, como científicos que son, quieren humanizar todo; quiero decir, intentan que todo sirva para los humanos, para el aprovechamiento voraz de los humanos. ¿Quién no va a aplaudir a estos señores si logran que gracias a este rebaño gringo, mezcla de animalidad y mezcla de humanidad, sirva para el futuro de los transplantes?

     No es que sostenga que todo tiempo pasado fue mejor, pero sospecho que el que nos espera no es tan halagüeño como profetizaron. Vaya uno a saber cuántos personas comenzaremos, dentro de poco, a formar más rebaños de los que ya formamos. O que no haya más rebaños que un solo rebaño y un solo pastor, como se dice en el Evangelio, que sería todavía peor.

     Me quedo con las ovejas de mi abuelo que, aunque no opinaban, vivían. Quiero decir, me quedo con la libertad, no con el amontonamiento en el que quieren diluirnos.