Cómo hablar hoy de Dios y transmitir la propia experiencia

Autor: Viviana Endelman Zapata

 

¿Cómo hablar de Dios en esta cultura de la increencia e indiferencia religiosa o ateísmo práctico, donde agnósticos y creyentes no practicantes viven como si Dios no existiera?¿Cómo comunicar la experiencia de Dios a los hombres de nuestro tiempo?

Este problema, así formulado, puede dar pie a sugerencias para renovar y madurar la propia tarea pastoral (¿cómo hablar de Dios al grupo?) y, asimismo, dejar pistas para que los hermanos puedan comunicar su experiencia de Dios en medio del contexto mencionado.  

En cuanto a lo pastoral propiamente, surge el desafío: ¿Cómo ir transmitiendo, además de la experiencia de Dios, el valor de esta experiencia para los otros y la sed de anunciar el Evangelio con o sin ocasión?

En cuanto al grupo, se escucha frecuentemente esta dificultad de expresar la experiencia de Dios y las opciones de vida iluminadas por el Evangelio. Dificultad que en ocasiones se vuelve como una “amenaza a la semilla”. Siembra dudas, pone a prueba.

En algunos círculos, el hermano se va encontrando permanentemente con cuestionamientos y queda sin palabras, y no por pobreza de fe sino por dificultades de comunicación. Hay una deficiencia en las formas de hacer comprensible la propia experiencia. Sabemos que no caben aquí  formas de refutación filosófica, para las que además no nos compete prepararlos. Pero ¿cómo abordar esto? Un nuevo lenguaje, una nueva manera de hablar, que impacte la vida, que llegue al corazón, es una manera.  

Y hoy día nos encontramos con una nueva complejidad en relación al hablar sobre la experiencia de Dios, a saber: para muchas cosas la experiencia se reconoce como fuente de conocimientos, incluso se llega a idolatrarla. Pero, por otra parte, y esto pasa con la fe, se sufre las consecuencias de una sobrevaloración exclusiva de lo racional y se piden pruebas, lógicas discursivas. Muchos hombres tienden a rechazar la experiencia de Dios por considerarla sospechosa de contaminación afectiva. Entonces, si los conceptos no llegan, ni nada que implique una separación entre fe y experiencia, y tampoco se confía de las expresiones subjetivas ¿cómo hablar?

Y a esta complejidad del contexto hay que añadirle otra consideración. Si los integrantes del grupo han entendido algo de Dios es también porque han confiado, se han abierto, se han abandonado. Y si bien no se trata de una fe ciega pero tampoco toda lógica. Como dice Sayés: "En último término, la adhesión de fe tiene lugar cuando la libertad humana, una vez sopesados los motivos que tiene para creer, se rinde a la gracia, a la atracción interior de Dios, de modo que cree y acepta el mensaje revelado, no porque lo entienda, sino porque se apoya directamente en Dios como garantía de verdad"[1]  

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A la luz de lo anterior, podemos plantearnos caminos y reunir algunos elementos para madurar la propia tarea pastoral y para que los hermanos puedan comunicar su experiencia de Dios.  

q       ¿Cómo hablar provocando el eco, la respuesta? Sólo habrá eco si primero se vive como cristiano, si se habla de lo que se vive. Miremos a Jesús.

Los contemporáneos de Jesús, asombrados por sus palabras y su manera de expresarse, decían: "Habla con autoridad". Aquí hay un asombro por el modo de hablar. Más allá del entendimiento que se pudiera tener.

Hay elementos que le dan autoridad a la palabra de Jesús y que podemos tomar para iluminar nuestra manera de hablar de la experiencia de Dios. Resumimos siguiendo a Torre Medina.

-El envío: Jesucristo tiene autoridad, porque ha sido enviado por su Padre.

La conciencia de ser enviado y de no hablar por propia iniciativa, sino por mandato de su Padre, le da a Jesús esa enorme confianza para anunciar la Buena Noticia y denunciar todo lo que se opone al Reino de Dios (cf. Jn. 8,42).

Jesús no enseña su doctrina, sino que transmite la Palabra del Padre: "Yo les he comunicado lo que tú me comunicaste" (Jn. 17,8).

-Conocimiento y convicción: Tiene autoridad quien conoce bien el tema del que habla. Y se necesita que manifieste convencimiento, para que sus oyentes acepten la verdad de lo que dice. En labios de un orador apático, hasta una verdad evidente puede parecer dudosa. Y es sensato callar sobre lo que no se conoce.

Jesucristo habla con autoridad porque conoce el mensaje del Padre: "Nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto" (Jn. 3,11).

Creía en lo que decía, por eso hablaba con profundo convencimiento. Sus oyentes, asombrados se preguntaban: "¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera nueva, llena de autoridad!" (Mc. 1,27). Jesús tenía la certeza de que su mensaje era verdadero: "les he dicho la verdad que oí de Dios" (Jn. 8,40).

 El conocimiento no basta. Es preciso creer: "Creo, por eso hablo" (2 Co. 4,13). Si las palabras expresan nuestras ideas, la manera de hablar manifiesta nuestra convicción.

-Intención: La intención es fundamental en el hablar, como lo es en todo acto humano. Puedo hablar para exhibir mis conocimientos, para agredir, para enseñar, para infundir entusiasmo, etc.

Jesús tenía autoridad porque no buscaba el halago de los demás, ni pretendía quedar bien con nadie. Él lo dijo: "Yo no busco mi gloria" (Jn. 8,50).

Testimonio sobre la intención apostólica de Jesús da un discípulo de los fariseos al decirle: "Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te hace retroceder, porque no buscas el favor de nadie" (Mt. 22, 16).

 El deseo de ser reconocidos y alabados corrompe nuestra predicación. Cuántas veces estamos más preocupados por nosotros que por transmitir un mensaje de Dios que beneficie a los otros.

Si buscamos quedar bien con todos tendríamos que mutilar muchas páginas del Evangelio.

Pablo escribe a los gálatas: "¿acaso busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo" (Ga. 1,10).

-Amor a los oyentes: Jesús amaba a sus contemporáneos, "los amó hasta el extremo" (Jn. 13,1). Les quería hacer el bien. Por eso les comunicó la Palabra de Dios.

El amor de Jesús se manifiesta en cada palabra suya. Sin embargo, su palabra no siempre es dulce o consoladora, aunque siempre traduce su amor. Porque ama a Pedro, lo reprende por intentar desviarlo del camino de la cruz (cf. Mt. 16,21-23); porque ama a los fariseos y quiere su bien, les echa en cara su hipocresía (cf. Mt. 23,13-36).

 Ningún bien real haremos si no amamos a quienes nos escuchan. Y para amarlos, necesitamos conocerlos, al menos de manera general: saber cuáles son sus preocupaciones, sus anhelos, su cultura, necesitamos acercarnos a ellos y compartir sus vidas.

Pablo escribe a los tesalonicenses: "...amándolos a ustedes, queríamos darles no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque ustedes habían llegado a sernos muy queridos" (cf. 1Tes. 2,7-8).

-Lenguaje comprensible: Jesús quiere que su mensaje sea comprendido por todos, por eso habla de la semilla sembrada en el campo, de las ovejas y el pastor, de los pájaros, etc. El amor lo impulsa a adaptarse al lenguaje y mentalidad de sus oyentes. Lo afirma el evangelista: "les anunciaba la Palabra con muchas parábolas, según podían entenderle" (Mc. 4,33). Pablo toma los términos del vocabulario deportivo de la época (cf. 1Co. 9,24-17; Ga. 5,7). Al hablar del combate espiritual utiliza como símbolos los diversos elementos de la vestimenta de un guerrero (cf. Ef. 6,10). Es distinta la manera como Pablo se dirige a los judíos (cf. Hch. 13,15-41) que a los griegos (cf. Hch. 17,22-31); ¡se trata de inculturar el Evangelio!

 El amor al otro debe hacernos emplear un lenguaje comprensible y traducir la Palabra de Dios en imágenes habituales. ¿Qué entiende un joven de hoy al oír hablar de "odres" o de "levadura"?

-Hablar con el corazón: Los contemporáneos de Jesús decían de Él: "nunca había hablado nadie como este hombre" (Jn 7,46). Jesús no hablaba como los escribas (cf. Mt. 7, 29), que eran los profesionales de la predicación. Él hablaba con poder. Su palabra salía del corazón. Por eso, cuando comenzaba a hablar, "la gente se agolpaba sobre Él para oír la Palabra de Dios" (Lc. 5,1). Los dos discípulos que lo habían visto resucitado, comentaban entre sí: "¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!" (Lc. 24,32).

 Dice Pablo a los corintios: "Mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder, para que la fe de ustedes se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios" (1Co. 2,4-5). La elocuencia del Apóstol proviene del Espíritu Santo. Y una predicación así, realmente beneficia a quien la escucha. El Espíritu Santo enciende el corazón del predicador y pone fuego en sus labios para que hable con pasión y valentía.  

-Coherencia de vida: La vida de Jesús es su mejor predicación. Aunque Él no hubiera dicho nada, bastaría con mirar lo que hizo para saber cómo debemos actuar. Sus obras son las que dan testimonio de Él (cf. Jn. 5,36). Jesús es fiel a la misión que el Padre le ha confiado. No hay nada en su vida que sea obstáculo para comunicar el mensaje de Dios.

Jesús nos advierte: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Ustedes hagan lo que ellos les digan, pero no imiten su conducta, porque ellos dicen y no hacen" (Mt. 23,2-3).

Utilizando el ejemplo de las competencias deportivas, escribe Pablo a los Corintios: "No quiero correr sin preparación, ni boxear dando golpes al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo tengo bajo control; no sea que después de predicar a otros yo me vea eliminado" (1Co. 9,26-27). La palabra necesita ser confirmada por  la coherencia de vida.[2]  

El anuncio es uno de los medios que eligió Dios para hacer llegar la salvación a todos. Un medio débil.  Así lo afirma Pablo: "Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación" (1Co. 1,21).

Al reflexionar sobre el plan de salvación, Pablo se pregunta: ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? ¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? (Rm. 10,14-15a). La conclusión es: "La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo" (Rm 10,17). Por eso el apóstol exclama: "¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!" (Rm. 10,15).  Hay que caminar hacia los que no conocen a Jesucristo para llevarles el Evangelio. La proclamación es necesaria para la salvación. Por eso san Pablo exclama: "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Co. 9,16).  

q       Por otro lado, para hablar hoy de la experiencia de Dios, un medio central es madurar en la conciencia y el conocimiento del contexto en el que vivimos. Tratar de conocer los puntos de interés, los valores predominantes (aunque a uno le parezcan antivalores), las formas de entender la felicidad...

Para llevar la fuerza transformadora del Evangelio al corazón de la cultura hay que buscar conocerla y, sobre todo, involucrarse. Conocer la sociedad en la que se vive ayudará a encontrar un lenguaje adecuado para transmitir el mensaje cristiano, y no restarle eficacia a la Palabra.

El apóstol Pablo decía: “Siendo libre de todos... con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley —aun sin estarlo—... Me he hecho débil con los débiles... Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos” (cf. 1 Co. 9, 19-22). El mismo Espíritu que lo impulsó en la primera evangelización puede suscitar hoy servidores de la Palabra, incluso en los lugares más hostiles o indiferentes ante la fe.

Habrá que tener en cuenta los diversos terrenos, tal como nos ilumina la Parábola del Sembrador.  

q       “Es quizás el especial interés por la profundidad existencial el mejor camino para que el hombre moderno se abra hacia el misterio y la experiencia de Dios”[3]. Hay que estar atentos a lo que para el otro es la profundidad, porque ahí se puede encontrar lugar para anunciarle la experiencia de Dios.

Hay que ver a Jesús, que “con su predicación empalma con las experiencias más profundas del hombre, las explicita y las ilumina con una nueva luz, que es la luz de la profundidad del evangelio; de aquí que la fe cristiana sea una experiencia en profundidad de la misma realidad humana, plenificada con el sentido más hondo de esa realidad que Dios descubre al hombre.”[4]

Y hay que buscar presentar el Evangelio en íntima conexión con la naturaleza humana y sus aspiraciones, mostrar cómo el Evangelio satisface plenamente el corazón humano.  

La necesidad de partir del hombre creo que nos pone la siguiente advertencia: no supranaturalizar, divinizar o negar valor a lo humano y terreno.  Así como nos cuidamos del materialismo, de centrar la vida en las cosas, también urge cuidarnos del supranaturalismo. Dar un sentido sobrenatural a las cosas, sí, pero no caer en afirmar la trascendencia negando valor a la dimensión humana y terrena.  

Esta necesidad de partir del hombre también nos invita a seguir reaccionando contra la separación de lo sagrado y lo profano.

Unido a esto, y contando con que “una de las características de nuestro tiempo es encontrar lo sagrado como la dimensión más profunda de las experiencias seculares valiosas”, se ve como camino valioso de transmitir la vida de Dios al mundo el convertirse en “germen de liberación del hombre y  en un foco de solidaridad humana.” Que la opción de fe realizada por el evangelio se manifieste en una opción de los pobres, en un “acusado sentido de solidaridad con los oprimidos y marginados”.[5]

El mundo pluralista y secularizado parece estar especial­mente atento al lenguaje de la solidaridad, de la cari­dad, sobre todo para con los pobres y los marginados. Desde lo pastoral, esto se debe tener en cuenta. Sabiendo además que a través del servicio al más necesitado se está anunciando concretamente el amor de Dios.  

q       “El creyente de nuestros días podrá comunicar a los otros hombres, creyentes o no creyentes, su interpretación de los problemas de la existencia humana a la luz de la fe únicamente si les comunica su vivencia o experiencia. (...) Si la experiencia es lo que vitaliza la fe, su lenguaje será el más adecuado para una comunicación de fe. No obstante, al hablar aquí de experiencia de Dios, no tratamos de una experiencia mística, ni de una experiencia religiosa de lo numinoso, sino de cómo el hombre, a partir de la experiencia profunda de su realidad, puede descubrir y sentir las huellas de Dios en su propia existencia.”[6]  

Hay que tener en cuenta y advertir a los hermanos que habrá cuestionamientos a los que sólo se podrá responder transmitiendo la propia experiencia de Dios, pues no serviría una demostración que no le dirá nada al mundo del otro. Aquí vemos lo positivo de que la experiencia religiosa del hermano pase por una experiencia  de Dios en el desarrollo de su existencia, que esté encaminada hacia una transformación de toda su persona;  pues si esta fe encontrara su apoyo en afirmaciones externas de verdades dogmáticas, en conceptos vacíos, no se podría dar testimonio de vida cristiana. Y estéril sería también una fe que se apoyara en  sentimentalismos o fantasías que se evadieran de la realidad.  

q       Por otra parte, ¿cómo orientar a los hermanos a dar respuestas de lo que viven, además de la respuesta misma de sus acciones? Se advierte la gran dificultad que hay para expresarse ante ciertas objeciones o pedidos de justificaciones. Y esto -en la generalidad de las veces- no es porque el hermano esté viviendo una fe infantil sin razones, sino que tiene que ver con que va logrando el conocimiento de Dios no por medio de una lógica discursiva, ni por los dogmas, ni por aceptar una tradición, sino por la propia vivencia, integrando al propio yo esa vivencia. A Dios lo va experimentando como una presencia continuada, permanente presencialidad, manifestada en toda la interioridad. ¿Cómo traducir esto en “argumentos”? ¿Cómo explicar “el todo”?

Si bien la experiencia y el conocimiento intelectual tienen muchos puntos comunes (no se puede decir que la experiencia es irracional y menos un puro sentimentalismo), la verdad va siendo conocida y asumida de forma diferente si es por vía sólo intelectual o por experiencia. Incluso, no podemos negar que no tenemos el “discurso armado” sobre muchas cosas que en la vida hemos aprendido por la experiencia La experiencia, pues, es un modo de conocer que abarca y compromete al hombre entero. Y no todo lo que se ha experimentado puede ser asimilado reflexivamente, al menos en un momento determinado.

Podríamos decir con Pablo: “Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos” (2 Co. 4, 13b) Hay una adhesión de fe. Y hay la convicción de que se tiene un tesoro para comunicar. ¡Pero qué difícil se hace transmitir lo que se cree en términos convincentes!

Por todo esto, parece necesario buscar orientar a los hermanos en el dar razones de su fe y sus opciones.

Aunque sin perder la confianza de que, aún cuando el otro tenga una actitud de indiferencia y aún siendo pobres mis expresiones, el tesoro no dejará de ser tal y el mismo anuncio de fe habrá de llevar en sí la capacidad de interpelar el interior.  

q       Igualmente, y aunque suene irrealizable, lo mejor será insistir en: “vengan y verán”. Invitar a probar. Insistir en posibilitar al otro el encuentro con Jesús. Con un lenguaje que sea atractivo para el otro. Apelando incluso a las formas de vida que conoce[7]. Pues ¿termina siendo creíble un Dios al que nunca se le ha podido experimentar?  

 



“... proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella,

arguye, reprende, exhorta, con paciencia incansable y con afán de enseñar.” (2 Tim. 4,2)  


¿Cómo es mi pastoral sobre Dios?  

 

- ¿Qué importancia, sentido e interpretación doy a las experiencias de los hermanos?

En la búsqueda de no disociar la fe y la vida, hay que tratar de prestar especial importancia a las experiencias. Valorizar los sucesos, lo cotidiano, como el lugar de la manifestación de Dios.

Buscar que la fe se haga práctica, que sea una fe vivida en la cotidianeidad, evitando que se tenga sólo una aceptación racional de Dios o teórica o descomprometida, es decir que no interpele la vida y la ponga en tensión de santidad.

Acerca de la interpretación de las experiencias, un criterio importante es buscar crecer en el cómo se viven las situaciones propias y las de los otros. No quedarse sólo en las experiencias en sí; pasarlas por el discernimiento, para buscar vivirlas de acuerdo con la voluntad de Dios; ¿qué razón les doy, para qué las puedo ofrecer?

 Al cristiano le pasan las cosas que le pasan a todo el mundo. Lo que puede marcar la diferencia es la fe con que vive esas cosas. Hay que formar para esto. Jesús le dice al Padre: “No te pido que los saques del mundo sino que los preserves del Maligno” (Jn. 17,15). Y esto último también hay que tenerlo en cuenta en relación a las experiencias: hay que formar para estar lúcidos y vigilantes.  

- ¿Qué tipo de lenguaje utilizo?

¿Tiene el objetivo de hacer comprensible y atractivo el mensaje cristiano? Esto no tiene que ver sólo con las palabras sino también con todo lo que ayude a una presentación que reavive al Dios de Jesucristo.

También hay que tener en cuenta las limitaciones del lenguaje sobre Dios y no reducirlo a categorías o imágenes que me haya hecho. No hablar de Dios con una seguridad ingenua como si pudiera capturarlo por conocer algo de Él.

Es importante utilizar un lenguaje que ayude a descubrir la presencia, la cercanía de Dios, al “Dios con nosotros” y no que lo haga distante, ajeno a la propia historia; un lenguaje que ayude al hermano a ubicarse en una relación filial, como hijo de un Padre amoroso. Pero también es importante al hablar de Dios no caer en hacerlo “uno más entre nosotros” y evitar cualquier exceso de subjetivismo.  

- ¿Qué lugar y función asigno a la historia de la salvación?

¿Qué fuerza de realidad le ponemos al anuncio de la historia de salvación? Quizás nos remitimos a citas bíblicas, a manera más figurativa, pero sin lograr presentarla como verdadera historia de conversión como la que viven hoy los hermanos. Siempre es bueno reforzar el anuncio de cómo Dios se reveló en historia de Israel para hacer más rica la aproximación a cómo Dios se sigue revelando hoy en la historia y sigue salvándonos.

Queda la pregunta: ¿cómo hacer que toda la Biblia se convierta en una lectura de la presencia de Dios en la vida de los hombres, en nuestra vida, a lo largo de lo que va de historia y lo que viene?  

- ¿Cuál es el objetivo primordial: una experiencia o un conocimiento de Dios? ¿Cómo lo consigo?

El objetivo primordial es una experiencia de Dios, pero que lleve a opciones sensatas, que lleve a asumir la responsabilidad de la vida, que no quede en la experiencia aislada, sino que alimente una adhesión íntegra.

Una inquietud constante es: ¿cómo ayudar a hacer experiencia del amor de Dios? De lo cual resulta  el buscar dar un lugar privilegiado a la oración espontánea y con la Palabra, como lugar y actitud de alianza con el Padre que nos hace hermanos en el Espíritu; también al compartir, creyendo que una experiencia compartida del Dios vivo hace patente su presencia. Fundamental es la exhortación a la Eucaristía y  a otros sacramentos como el de la Reconciliación. El discernimiento de la propia vida y de los signos de los tiempos también ayudan a conseguir esta experiencia.

Además, parece fundamental para hacer experiencia de Dios buscar que se vaya creciendo en la docilidad al Espíritu Santo, que ayudará a descubrir la vida como don de Dios y a vivirla como hijo suyo.  

En cuanto al conocimiento de Dios, es importante fomentar una actitud de escucha a su voz y de mirada atenta a sus manifestaciones en lo cotidiano.

Hay dos textos de la Biblia que pueden iluminan especialmente nuestra pastoral en este punto, que son:

 “Hijo mío, si das acogida a mis palabras y guardas junto a ti mis mandamientos, con tus oídos siempre atentos a la voz de la sabiduría y abierto tu corazón a la reflexión; si llamas a la inteligencia y levantas tu voz hacia la prudencia; si la buscas como a la plata y la rebuscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor de Yavé y hallarás el conocimiento de Dios.” (Prov. 2, 1-3)

“Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, y por él entendemos lo que Dios, en su bondad, nos concedió. Todo eso lo conversamos, no en el lenguaje de la humana sabiduría, sino con aquellas palabras que nos enseña el Espíritu de Dios, para expresar las cosas espirituales en un lenguaje espiritual. El hombre que se quedó en lo humano, no entiende las cosas del Espíritu. Para él son locuras y no las puede entender, porque se aprecian a partir de una experiencia espiritual.”  (1 Cor. 2, 12-14)  

Tener en cuenta que la misma experiencia espiritual va ayudando a purificar el conocimiento que se tiene de Dios, tan desfigurado por falsas imágenes. Y va ayudando a “entender las cosas del Espíritu”. Asimismo, este mejor conocimiento va vivificando la vinculación con Dios. 

¿Cómo oriento la catequesis sobre Dios a la vida cotidiana de los hermanos?  

La orientación de la catequesis a la vida cotidiana de los hermanos pasa por la invitación central que nos hizo Jesús: que se viva en el amor. Y este es un camino que se invita a recorrer contando con la gracia, contando con tiempos de proceso, de transformación, para que la obra interior avance y se irradie a toda la persona.

Una catequesis orientada a la vida cotidiana entiende que Dios no puede quedar en la teoría, ni sirve para nada que se lleve la “etiqueta” de cristiano sin vivir lo más auténtico de este llamado. Dios nos hizo capaces de una vida cimentada en el amor. Y se va creyendo en el amor, amando; creyendo en la vida del Evangelio, viviéndola. Por aquí pasa la catequesis, intentando que los hermanos vayan dando frutos cotidianos de su opción de vivir en el amor.

Los hermanos también tienen experiencias cotidianas de las contradicciones, de los límites, la fragilidad, el pecado original. En este sentido, parece bueno insistir en la invitación a abrirse a la fuerza salvadora y transformante del amor de Dios; insistir además en la riqueza de una oración donde se “ponga” la vida y que se deje iluminar por la Palabra, por el compartir y el discernimiento. Sin olvidar el llamado cotidiano a la acción de gracias.  

 



[1] Sayés, José Antonio. Razones para creer. Dios, Jesucristo, la Iglesia, Ediciones Paulinas, 1991, p. 116

 

[2] Fernando Torre Medina Mora, MSpS., “Hablar con autoridad”, Colección Abbá, Editorial La Cruz, Méjico, 2001.

[3]  Plan de formación teológica:. Instituto Internacional de Teología a distancia, Madrid, 1985, p. 378.

[4] El problema de Dios, op. cit., p. 377.

[5] El problema de Dios, op. cit., p. 379.

[6] El problema de Dios, op. cit.,  p. 380.

[7] ¿Qué es interpelar al otro desde un lenguaje que nos pueda entender? Quizás sirvan estos ejemplos:

-¿por qué se ve como tan normal el tener que convivir con otro para conocerlo y a Dios se lo rechaza, se lo niega por lo poco que conozco, o sin haber hecho experiencia auténtica de alianza con Él?

-Decir que se ha dejado la Iglesia porque en una confesión no le gustó lo que dijo el Cura (y otros argumentos parecidos) ¿no es como decir que dejé a mi novio, a mi novia, porque tenía una cana?

-Muchas veces, cuando se ponen objeciones a nuestra fe se está hablando desde un desconocimiento total de la experiencia de vínculo con Jesús. En esas ocasiones podría decirse al otro, con caridad: “el día que hagas vos una experiencia de encuentro con Jesús en el corazón de la Iglesia, quizás me entiendas. Hasta tanto estaremos hablando de cosas distintas.”