Jesús es la riqueza

Autor: Viviana Endelman Zapata

 

 

 Meditando el episodio evangélico del descanso de Jesús en la casa de Marta y María (Cf. Lc. 10, 38-42), comenta el Santo Padre: “Mientras Marta está ocupada en las tareas domésticas, María está sentada a los pies del Maestro y escucha su palabra. Cristo afirma que María ‘ha elegido la mejor parte, que no le será quitada’. Escuchar la Palabra de Dios es lo más importante en nuestra vida.” (1)


Es muy contundente esta expresión del Santo Padre: escuchar la Palabra de Dios es lo más importante en nuestra vida. Escuchar a Cristo que está siempre en medio de nosotros, y seguirlo. Él es luz para nuestros pasos. ¡Pero me dejo aturdir por tantas voces y voy detrás de cuántos caminos oscuros que aparentan brillo!

Jesús es la riqueza verdadera del hombre ¿Vivo así o me pierdo el tesoro por darle el centro a las ocupaciones, los afectos, las ambiciones? ¡Me inquieto y me agito por tantas cosas! Y me pierdo la mejor parte.
Si no descubro a Jesús como riqueza, como lo hizo la mujer que derramó su perfume tan valioso (cf. Mc. 14, 3-4), empiezo a guardarme cosas. Quizás dejo de ir a una Misa por guardarme los pesos del taxi que necesito tomar para llegar, o considero un retiro como una pérdida de plata, o doy las migajas de mi tiempo a la oración. Y hasta incluso cuando las vacaciones me permiten largas horas libres, olvido a Jesús en la periferia de mis recreaciones. Guardo pero me quedo con menos, pues olvido el tesoro.

Las sobrecargas de la civilización actual -cuyo denominador común es un apego a la tierra que niega la trascendencia- nos han hecho insensibles ante la presencia de Dios, dificultando notablemente el acceso del hombre a Él. ¿Cómo voy a encontrar a Dios en la dimensión profunda de la realidad si estoy tan atento a la superficie? 
Ante tantas experiencias, tantas posibilidades de conocimiento, etc., puede ir menguando mi capacidad de sentir y de conmoverme ante Jesús y sus obras.
Esta falta de conmoverse no es poca cosa; incluso muchos autores consideran que, unida a la adjudicación indebida de un carácter absoluto a ciertos bienes humanos, se vuelve raíz de la increencia del hombre contemporáneo. 
¿Qué ha pasado con la sensibilidad espiritual? Quizás tengo toda mi sensibilidad apuntada para otro lado. Puedo tener los sentidos en primera línea, como nos propone muchas veces la cultura actual, pero estar ciego, sordo y no gustar del más profundo sentido de mi vida. Y entonces puedo adherir a la paradoja de una exaltación del sentir que está atontando la percepción que más hombre hace al hombre: la percepción de su Creador y sus caminos de vida en abundancia. ¿Qué cosas me van embotando la sensibilidad para lo más esencial y me impiden asombrarme y quedar impresionado ante la verdadera riqueza? ¡Me agito y me inquieto por tantos estímulos, impresiones, y me olvido de las significaciones más hondas!

El conocido catequeta K. Tilmann dice: “Un hombre que no se asombra no ha llegado a percibir lo admirable y lo extraordinario y lo portentoso. Sólo abarca un aspecto de la realidad. Se halla apresado por una actitud que busca analizar y aprovechar y dominar el mundo; y desatiende todo cuanto cae fuera de este campo de interés. En consecuencia, el hombre se torna ciego a un aspecto esencial de la realidad y lo pasa por alto injustificadamente.” Y dice Tilmann en relación a un tipo de educación que según él ha facilitado el embotamiento de la sensibilidad humana para captar los fundamentos: “De ahí que una formación que no conduzca al asombro sea unilateral y radicalmente equivocada. No llega a la esencia de las realidades naturales ni a la del hombre y termina por deformarlas. (...) Al mismo tiempo se malogra también una dimensión del ser humano que constituye un presupuesto natural para el conocimiento religioso y para la vida de fe. La incredulidad de muchos hombres hinca sus raíces en este malogramiento o en esta atrofia.” (2)

Necesito dar un paso; la humanidad necesita darlo: dejar de ser errante de lo efímero y ser errante de la Palabra Viva; sacarle las riendas de la vida a las distintas idolatrías y dárselas a Jesús; dejar de poner el empeño en las complacencias propias y buscar lo que a Dios le agrada, que es buscar el bien para cada uno y para todos.
¡Cuántos proyectos de vida alternativos al plan de Dios buscamos! Y no vamos a la fuente de la vida. Esta fuga recorre la historia. El profeta Jeremías lo describe claramente: “el pueblo ha cambiado su Gloria por algo que no sirve de nada. Me abandonaron a Mí, la fuente de agua viva, para cavarse cisternas, cisternas agrietadas, que no retienen el agua.” (cf. Jer. 2, 11 y 13)

Es hora de buscar el tesoro que nos permitirá alcanzar la verdadera Vida. (cf. 1 Tim. 6, 19)



(1) Juan Pablo II, “Escuchar la Palabra de Dios es lo más importante en nuestra vida”. Zenit.org 18/07/04.

 

(2) K. Tilmann, Asombro y experiencia como caminos hacia Dios, Madrid, 1970, p. 9.