Urge Reír

Autor: Luis Ignacio Batista, L.C.

 

 

Cierto personaje español, dice que en la vida hay tres cosas que no debemos perder: la vida de gracia, el apetito y el buen humor. Sobre el primero ya se ha escrito tratados gruesísimos, unos mamotretos teológicos impresionantes; del segundo, no se diga: apetito, comida, antojos, hambre y todo lo relacionado se desparrama en libros de recetas y revistas de cocina de manera abundante. Del tercero podemos decir que existen miles de chistes, vídeos graciosos y libros del mismo corte para estar horas y horas revolcándonos de risa. A pesar de ello, vamos a hablar de la necesidad del buen humor, sobre todo en los momentos por los que está pasando la humanidad.

Ha habido en la historia, más o menos reciente, personajes cuyas amenas respuestas han quedado en la memoria de los anecdotarios. La misión que llevaban entre manos no era cosa fácil y, con todo, el buen humor nunca les faltó.

Cuentan que Gilbert K. Chesterton, el grandioso escritor de la lógica aplastante y de la pluma de munición, se encontraba en un lujoso banquete. En cierto momento, una dama se le acercó justo cuando un mesero ofrecía una copa de champagne al escritor. Ella, sin tapujos y con poco tacto, le dijo: «si yo fuera su esposa, habría puesto veneno en su copa». Sin perder la elegante postura se limitó a responder con una sonrisa: «y si yo fuera su esposo, la bebería de inmediato»

¿Qué habríamos hecho cualquiera de nosotros en lugar de responder con tanta finura e irónico buen humor? Sin duda, más de alguno habría bañado en champagne a la ilustre señora, por el comentario tan oportuno. Razones tendría para decir lo que dijo, y por su parte Chesterton supo responder con elegancia, sin enfados y con una pizca de alegría.

Más o menos algo así es lo que convendría aprender en el mundo de hoy. Nunca van a faltar los socarrones que se abren paso por la vida a base de insultos, fanfarronadas, violencia y agresividad física o verbal. Nunca van a faltar situaciones negativas, duras o tristes. Eso hay que tenerlo claro. Sin embargo, hay que saber recibirlas con calma para luego despacharlas con inteligencia y algo de buen humor. Lo peor es responder al mal con otro mal, y así ir en contra del grandioso consejo de Pablo de Tarso: «Vence al mal con el bien».

Desafortunadamente no es fácil, hay que decirlo. Pero tampoco es imposible. Lo que sucede es que hoy en día la tendencia en los medios de comunicación es a fijarse en la noticia negativa, amarillista (que por supuesto vende más que anunciar la linda noticia de un día soleado) y queramos o no, esto, a la larga, produce un ambiente pesimista, gris, e inconscientemente lo adoptamos en nuestro lenguaje (¡qué mal está el mundo y la juventud!), en nuestra actitud (los rostros fríos y desalentados por la calle), y a algunos por desgracia les arruina la vida (depresiones, suicidios, demencias).

Es normal que como seres humanos nos fijemos mucho en las cosas cuando van mal, puesto que estamos hechos para lo bueno, lo verdadero, lo bello: si todo está bien no hay por qué preocuparse ya que es así como deben estar las cosas. Debería ser lo normal. Pero seamos objetivos: la realidad no es así. Es tarea fundamental hoy en día, ver el lado positivo de las cosas y de un mal tratar de sacar un bien mayor. Incluso sacar algo que alegre un momento triste o de mal humor. ¡Cuánto agradecemos que alguien nos borre la nube gris de un mal día contándonos un chiste, gastándonos una broma, o sencillamente arrojándonos una sonrisa!

Incluso para la salud, la risa resulta ser, científicamente probada, una terapia muy eficaz. Es el caso de Patchs Adams. Muchos habrán visto la película que lleva ese nombre, pero pocos, tal vez, sepan que el Dr. Hunter Patchs Adams está vivo y es el inventor de la “risoterapia”. Hace poco, este médico-payaso, visitó un hospital en Colombia y dio una concurrida conferencia. Ahí confesó que en el 80% de los casos que ha atendido, el dolor ha sido vencido por el humor y el amor, sin necesidad del uso de fuertes medicamentos o drogas. Recordó el caso de un niño con cáncer de médula ósea que llevaba seis meses sufriendo unos pavorosos dolores que le hacían gritar aterradoramente mientras estaba despierto. «Me fui a hacerle muecas y piruetas -narra Dr. Adams- y durante la hora y media que estuve con él, los gritos se acabaron». Es un defensor del buen trato hacia los pacientes (un ejemplo a imitar para los que pierden la paciencia y aplican la eutanasia) y una oportunidad para repensar el buen trato que merece cualquier enfermo: «Todos los hospitales tienen personal que trata mal a la gente. Yo, en mi hospital, los echo». Es fundador del Instituto Gesundheit y tiene un equipo de 40 payasos más con los que recorre el mundo. Actualmente ha recorrido 68 países y visitado 25,000 pacientes, de los cuales 10,000 en fase terminal. Con los fondos de la película y lo que recibe en sus conferencias, ha construido 25 hospitales en todo el mundo.

Responder a toda circunstancia de la vida, buena o mala, con alegría, es una labor hoy en día urgente. Sí, urge reír. No se trata de sustituir los momentos de seriedad, pero sí intentar de alegrar la vida cuando sea necesario y tratar de ser optimistas. Tampoco se trata de caer en la superficialidad y la ligereza del humor verde, como una falsa válvula de escape, similar a lo que ciertos borrachos pretenden bebiendo alcohol: olvidar ¡El mundo está en crisis! Y por ello hacen falta momentos, personas y oportunidades alegres, que inyecten una dosis de alegría y buen humor en medio de tanto pesimismo. A veces las circunstancias difíciles llegan a ofuscarnos hasta en cosas insignificantes. Es cuando uno se “ahoga en un vaso de agua”, o ve problemas donde en realidad no los hay. Al respecto está una simpática anécdota del famoso arzobispo de ciudad de México, Luis María Martínez. En una reciente biografía, se cuenta que lo invitaron a bendecir una agencia de coches. Al ponerse delante de los coches enfilados, el acólito le acercó el hisopo y un recipiente con agua bendita. Antes de iniciar el rito, el gerente de la agencia se acercó precipitado al obispo, y con evidente preocupación le dijo: «Monseñor, ¿no cree usted que es muy poco agua?», a lo que Monseñor respondió sonriendo: «ay hijo, los vengo a bendecir, no los vengo a lavar».

Tal vez sean algo simples estas cosas, pero estos hombres son dignos de admirar, pues al estar metidos en grandes y difíciles trabajos, el estrés y la presión se han visto debilitadas por el buen humor, la alegría y la visión positiva por la vida. A un hombre o una mujer grande nunca le puede faltar el humor y la risa, pues esto es signo de verdadera humanidad.
Hoy en día el optimismo es una carencia muy grande. El entusiasmo por la vida, el gozo de una sonora carcajada, la sonrisa humilde ante un fracaso, la ilusión por ser felices son unos nobles ideales. Las dificultades no pueden ser obstáculo, sino un aliciente para luchar con más pujanza por sonreír a la vida.

La vida es la vida, ¡vívela! (madre Teresa de Calcuta)
Pero siempre con una sonrisa.