Invertir en el perdón

Autor: Laureano López, L.C. 

 

 

Dios no nos puede perdonar… si no se lo pedimos. En su ensayo Acerca del perdón, C. S. Lewis se quejaba de que los cristianos no entendían esta virtud, que no sabían ni dar ni pedir perdón. Hoy la pregunta sigue en pie, ¿sabemos perdonar?

El hecho es que para muchos, pedir perdón significa disculparse, y nada más. ¿Se han equivocado? Sí. ¿Se sienten mal? Claro. ¿Piden perdón? No. Dan excusas. “Yo no quise...” “No sabía que...” Muchos de nosotros empleamos frases como éstas. Sin embargo, dar excusas no es pedir perdón. Damos excusas—o tendríamos que darlas—sólo cuando las hay, cuando de verdad no fue nuestra culpa. O sea, cuando en realidad no buscamos el perdón, sino sólo aclarar los hechos.

Sin embargo, cuando realmente necesitamos perdón—y es más común de lo que nosotros pensamos—no valen las excusas. Dios nos quiere perdonar, pero tenemos que pedírselo. Imaginemos que vas al banco para sacar dinero. Te metes en la fila, y cuando llega tu turno, te pones a explicar por qué no necesitas dinero. “Saqué dinero ayer. No tengo que ir de compras hasta la semana próxima. Tengo lo suficiente en la cartera. No necesito que me des nada”. Uno de dos, o te van a recomendar un psicólogo, o llamarán a seguridad. Esto sí: no te darán nada. Así se siente a veces Dios. Nos quiere perdonar. Tiene el perdón allí en sus manos. Pero nosotros “no lo necesitamos”.

Si no sabemos pedir perdón, si no sabemos reconocer que necesitamos ser perdonados, tampoco podremos perdonar de verdad. Si para nosotros pedir perdón es igual quedar excusas, ¿qué pasará cuando nos toca perdonar lo “imperdonable”? Cae todo. ¿Cómo puedo perdonar yo lo que me han hecho? ¿Cómo puedo perdonar a quien mató a mi hijo? Si para ti perdonar se reduce a excusar, tienes razón. Hay cosas que no se pueden justificar.

Regresemos al banco (de preferencia, que no sea el mismo). Ponte en la fila, y cuando llegue tu turno, retira mil dólares. Y acto seguido, regálalos al siguiente. Sí, regálalos. Pero ¡si él no los merece! ¿Qué ha hecho él para que se los dé? Nada. Esto es el perdón. Un regalo. Un don que no se merece, y que, sin embargo, se da. Existen cosas que no se pueden justificar, pero no hay nada que no se pueda perdonar.

Cristo en la cruz perdonó. ¿Fue fácil perdonar? Estaba clavado en la cruz, agonizando, y allí seguían sus verdugos, burlándose de él. ¿Merecían el perdón? No. Y Cristo perdonó.

Pedir perdón. Darlo. Reconocer nuestros fallos. Dejar de lado la mera justicia para dar un paso hacia el amor. Nos cuesta... mucho. Y después de todos estos gastos, parece que nos quedamos con muy poco en el banco. Sin embargo, a Dios no le importa el perdón que tengamos almacenado allí en la caja fuerte, sin usar. Dios nos perdonará en la medida del perdón que hemos dejado en las vidas de los demás. Él nos perdonará... como nosotros perdonamos.