Longanimidad: alarga el corazón para esta Navidad

Autor: Laureano López, L.C.

 

 

Si tienes un corazón de uva pasa o de camisa fina sin planchar, estira tu alma esta Navidad. Para lograr un corazón sin arrugas, practica la virtud de la longanimidad.

Esta virtud nos sabe más a platillo de cocina o a tacos de la esquina, que a alimento espiritual. Sin embargo, la longanimidad es un fruto del Espíritu Santo que nos ayuda a vivir con grandeza y constancia de ánimo en medio de las dificultades cotidianas. Nos invita a tener un espíritu magnánimo y bondadoso aún a pesar de las tribulaciones.

Nosotros debemos suplicar constantemente a Dios: ¡danos un corazón grande para amar! Lejos del espíritu cristiano las almas mezquinas y apretadas.

Las dificultades económicas y sociales de este año seguramente han repercutido en nuestro entorno familiar, por ello la longanimidad nos ayuda a prepararnos para esta Navidad. A este respecto escribía san Pablo a los primeros cristianos: “más aún: nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza; y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (cf. Rm 5,5). Por ello, esta Navidad económicamente difícil, ensancha tu alma y no dejes de ayudar a alguna obra de caridad: un orfanato, un hospital, una asociación que lucha contra la discapacidad, etc. Acrecienta también su Navidad. Eso puede hacer la diferencia.

No es suficiente agigantar tu corazón sólo en una ocasión. La constancia forma la virtud. Los gimnastas para conseguir la elasticidad de sus brazos y piernas se entrenan día tras día. Hoy un poco, mañana un poco más, hasta lograr una extraordinaria flexibilidad. Por ello empiezan desde niños. Así también los adultos debemos aprender de nuestros niños que por naturaleza son de espíritu más grande que nosotros.

Los años pasan, el ceño se frunce, nos hacemos roñosos, se arruga la piel y se arruga el corazón. Así que para evitar los desgarres y calambres espirituales necesitamos ejercicios de maleabilidad para el alma.

Por ello, este Adviento incrementa la ayuda y el perdón en la familia. Márcale al hermano con quien estás peleado. Escríbele a tu padre si se encuentra lejos. No dejes de visitar al abuelo. Platica con tu hijo aunque sea un descarriado. Reconcíliate con Dios si lo has abandonado. No te sientes a comer el pavo si todavía hay alguno con quien no te hayas reconciliado.

En 1948 había un hombre llamado Giovanni, tenía varios hijos, era labrador y vivía en condición extrema de pobreza. Su única posesión era media vaca. ¿Media vaca? Sí, pues la tenía a medias con un dueño, del que era aparcero. Su aspiración, por necesidad vital, era ser dueño exclusivo de una vaca. En una carta del 19 de marzo del mismo año el hermano, que estaba al corriente de su situación, le mandó 50.000 liras para cubrir otra urgencia improrrogable y le comentó: “por lo que se refiere a la vaca, ya te dije una vez que no te preocupes. Yo me encargaré del asunto. No hace falta que te diga más, pues tú me sabes comprender”.

Angelino, que así le llamaban, cumplió con su hermano y el 7 de agosto de 1948 le mandó otra carta diciendo: “adjunto, para tu consuelo, un cheque por 150.000 liras, como precio de tu vaca, que antes poseías a medias. Este cheque ya está pagado. Es decir, ya no estás en deuda. Asumir yo toda esta carga me cuesta un poco, como te dije de palabra, pero la Providencia se ocupará de ti y de mí”.

Angelino, Angelo Roncalli, 10 años más tarde llegó a ser el Papa Juan XXIII. Un hombre, ya beatificado, al que todo el mundo recuerda como el “Papa bueno”. Toda su vida practicó la virtud de la longanimidad y Dios lo premió. Porque Dios bendice a las almas grandes y ama a las que dan con alegría.


¡Vence el mal con el bien!