La Confianza

Autor: P. Sergio G. Román

 

 

Los vecinos de aquella colonia de clase media eran sumamente herméticos y celosos de su privacidad. Se saludaban por cortesía cuando coincidían en el momento de guardar sus autos y nada más. Fue un triunfo reunirlos para escoger a una representante de la manzana que los ayudara a obtener de las autoridades la mejoría de los deficientes servicios. La flamante representante se presentó en la casa de una vecina con algún pretexto. La vecina la recibió con educación y la pasó a su sala en donde lucía un bello nacimiento lleno de figuras antiguas y armoniosamente escogidas. Sonó el teléfono y la vecina visitada acudió a otra habitación a contestar la llamada y después regresó a seguir atendiendo a su visita. Cuando la representante de manzana se fue, mientras la vecina visitada arreglaba la sala, inmediatamente notó que faltaban unas figuras de porcelana y los animalitos más bellos del nacimiento. La seguridad de que la ladrona era la representante de manzana se hizo absoluta porque nadie más había entrado a esa casa. La vecina fue a reclamar sus figuras y la ladrona fingió inocencia entre lágrimas e indignación. Aquellos adornos tan queridos se perdieron. Pero también se perdió la confianza en aquella mujer.

La confianza es esa seguridad que tenemos de la rectitud y de las buenas intenciones de los demás. Lo sano es que en nuestras relaciones con los demás supongamos la buena fe de todos. Esa confianza sostiene nuestra esperanza de recibir de los demás un trato que corresponda al nuestro.
Cuando tenemos la oportunidad de escoger a los amigos que forman nuestro círculo social, esa confianza se ejerce de un modo sano. Cuesta más trabajo mantenerla cuando los que nos rodean no han sido escogidos por nosotros y les damos tan sólo un trato circunstancial.
Si nos conocemos y nos queremos hay mayor confianza.
Vivir rodeados de personas en las que no podemos confiar nos hace herméticos, reservados, temerosos, incapaces de entablar una relación más íntima. Por no tener confianza nos encerramos en nuestra casa y vivimos la vida de otros en las telenovelas porque no tenemos una vida propia.

Si vivimos buscando el mal, encontraremos el mal

El miedo a las malas intenciones de los demás nos lleva a ser obsesivamente precavidos, de tal modo que sufrimos un verdadero tormento suponiendo que la persona que está junto a nosotros tiene malas intenciones.
Decía un patrón con muchos empleados, que él prefería que lo robaran a estar pensando mal de aquellos que colaboraban con él. Curiosamente aquellos empleados sin vigilancia sabían corresponder a la confianza de su jefe.
También hay que decir que un exceso de confianza nos hace pecar de ingenuos y vale la pena recordar aquí que “en arca abierta, el justo peca” y que no es correcto poner tentaciones que puedan hacer caer al inocente.

Enseñar a confiar

La delincuencia creciente y omnipresente nos hace dar a los niños normas para comportarse ante desconocidos. Pero también tenemos que enseñarles a confiar sanamente en los demás. Y aquí como siempre, los enseñamos a confiar teniendo confianza en ellos. Confiamos en ellos cuando les creemos y les hacemos caso. Pero como están en formación, debemos comprender que cuando fallen, no por eso les retiraremos nuestra confianza.
Ellos también deben confiar en sus padres y en las personas mayores, por eso procuremos no defraudarlos ni prometerles cosas que no cumpliremos, porque a nosotros fácilmente se nos olvidan, pero ellos las recordarán toda su vida.
A veces llegan niños de otras parroquias a pedirme que les firme un librito de asistencias a Misa que les dan sus catequistas para que en ellos se haga realidad eso de ir a misa por obligación. Con ellos mando un mensaje a su catequista pidiéndole que confíe en la palabra del niño, que es digno de crédito y que no necesita llevar una firma para demostrar que sí cumplió. Si no confiamos en ellos, ¿qué les estamos enseñando?

Confianza en Dios

Una de las definiciones de la fe es: confiar en Dios. Ponemos nuestra confianza en la veracidad y en la bondad de Dios. Pero también aquí hay exageraciones, como cuando el diablo tentó a Jesús y le pidió que se arrojara del pináculo del templo y que los ángeles lo sostendrían para que no se hiciera daño. Jesús le recordó a Satanás que no hay que tentar a Dios. (Mt 4, 7) Tentar a Dios es exponernos imprudentemente a un mal o a un peligro confiando en que Dios nos salvará. Eso es abuso de confianza.

Un buen propósito:

Ser nosotros mismos personas dignas de confianza por la rectitud de nuestra vida y por el buen desempeño de nuestras obligaciones.