La constancia, medicina contra el fracaso

Autor:   H. Alfonso Terán, L.C.

 

 

 El fracaso es una realidad. Muchas veces no se puede evitar, las cosas empiezan a complicarse y aquellos puntos sobre los que nosotros poníamos toda nuestra confianza, comienzan a ceder, como columnas de un foro romano que ya no puede resistir. Entonces sucede lo inesperado, o lo previsto: el fracaso. Y luego el fracaso engendra el pesimismo, y el pesimismo nos cubre de púas, haciéndonos intratables; nos encerramos, “nos sentimos fracasados”.

En primer lugar, no todo el que fracasa es un fracasado. El fracaso no es sino una ocasión para hacer de un fallo una experiencia. Y la experiencia nos hace experimentados, con la posibilidad de convertirnos en expertos.

En segundo lugar, hay fracasos que se pueden evitar: muchas de las cosas que nos suceden, suceden por un solo motivo: nuestra falta de constancia. Nunca, la falta de constancia, nos dará un éxito. Nos puede dar una “chiripa”, pero no nos dará jamás un éxito. Los éxitos son frutos de la constancia. La importancia de la constancia es evidente en el atleta campeón, en el santo, y en quien ha triunfado, de algún modo, en la vida.

La constancia es la fortaleza, pero la fortaleza continua, la fortaleza en el momento presente, y en el que sigue, y en el que sigue.

Una forma muy original de ver el tiempo es ésta: “el presente es ese instante que convierte el futuro, que aún no existe, en pasado, que ya no se cambia”. El presente es el único momento que tenemos, el único del que disponemos. La constancia es ser fuerte en este momento, hasta que el momento del éxito llegue.

Así es que yo puedo ser constante hoy. No sé si ayer no fui constante, no sé si mañana podré serlo, o no, pero ahora puedo. Y lo seré.

Cuesta mucho ser constante una semana, un mes, un año. Pero ser constante ahora, eso sí que se puede hacer.

Cuando el río Colorado vio la gran meseta sobre la que el Creador lo había puesto, se propuso cavar allí un gran cañón. Y comenzó a correr con toda su fuerza rascando la roca, pero no hacía nada. Pasaban los años y el Colorado no profundizaba nada. Y se desesperaba. Un día llegó un buitre sabio y le dijo al río “¿Qué te pasa? ¿Por qué estás enojado?” “¡Llevo años rallando roca y no he hecho nada! ¡Soy un inútil!” respondió el río. “Ah,” dijo el buitre, “la constancia no consiste en hacer todo hoy. Sino en hacer hoy lo que me toca hacer, todo lo que me toca hacer, y sólo lo que me toca hacer”. El río se quedó pensativo. Se tranquilizó, y comenzó su trabajo. Ahora, después de seis millones de años, ya ha cavado veintinueve kilómetros, y sigue adelante.

No nos desesperemos por el mañana ahora, aprovechemos el hoy, y cuando el mañana llegue, ya será hoy y, entonces, lo aprovecharemos.
--¿Y el fracaso?
--¿Cuál fracaso? Mis fallos no son sino experiencias. Mis fallos me enriquecen. Por lo demás, el ayer ya no lo puedo solucionar. Es inútil que me ponga a llorar porque derramé la leche ¿qué solución tiene?

He aquí la conclusión: soy una persona, soy cristiano. Tengo un deber, y tengo un tiempo para hacerlo. No es justo ni provechoso despreocuparme, ni preocuparme. Lo justo, necesario, y provechoso, es ocuparme con constancia en mis deberes, entre los que se encuentran, en primer lugar, mi relación con Dios, y en segundo lugar, mi relación con el prójimo.


¡Vence el mal con el bien!