Muy a la moda... hasta en las ideas

Autor:  Maru Cárdenas
Fuente: Mujer Nueva



A excepción de algunos contreras, por psicología o por orgullo, que suelen decir “de qué hablan que me opongo”, la mayoría de las personas queremos agradar, no desentonar, estar a la moda. Los aparadores de nuestra ciudad, así como los de Nueva York, París, Madrid, Roma y Nochistlán nos invitan a adquirir “lo de hoy”. Lo que hace un año podría haber sido muy extraño, hoy es casi esencial en tu guardarropa. Un ejemplo es el folklórico poncho. El problema surge cuando la moda pasa de ser un amigo sugerente a un dictador demandante. En lugar de ayudarnos, nos convertimos en esclavos de sus caprichos. Lo grave es que de moda en el vestir, en la comida, en la arquitectura y en la decoración, hemos pasado a vivir la moda hasta en la forma de pensar.

Que muchos jóvenes se uniformen con pantalones de mezclilla a la cadera no tiene importancia, pero que todos piensen igual sí, porque implica muy probablemente que no están pensando por sí mismos, sino que se limitan a aceptar las ideas de moda sin mayor cuestionamiento. El uniforme escolar es externo, el uniforme intelectual es interno y contrario a la autenticidad humana. Según los filósofos, hoy vivimos en la posmodernidad. Lejos de ser un dato cultural sería interesante descubrir qué tan posmodernos somos tú y yo. Porque en el fondo conoceríamos qué tan libres somos. Al menos en el pensamiento. Esto sin olvidar que la idea tiende a la acción. “El hombre posmoderno no mira hacia atrás ni hacia delante, se limita a mirar su propio ombligo”. Así lo definió Froster. Vivimos en la época del yo-ismo. Otros autores señalan, entre sus notas fundamentales, al homo sentimentalis, al nihilismo y al ocaso del deber (una nueva moral). Enfoquémonos en la primera, pues los dos temas últimos serán objeto de una conversación posterior.

A lo largo de los siglos se ha hablado del ser humano como homo rationalis, homo faber, homo viator... Hoy nos dicen que predomina el homo sentimentalis. Es decir, la emoción se convierte en criterio de verdad, donde lo fundamental es sentirse bien, no estar bien. Esta persona busca emociones, sentimientos, nunca es bastante para satisfacer sus ansias de placer, de comodidad. Vive frecuentemente entre dos polos: el placer y la depresión. El placer equivale a una carga estimulante de sensaciones, y la ausencia de las mismas acarrea la desmotivación, la melancolía, el aburrimiento y la pesadez (o sea, la depresión). “Porque me latió”, “no me nació”, “haz lo que sientas”, “lo que te dicte el corazón”, son expresiones frecuentes que denotan el gobierno de lo sentimental en nuestras vidas. El problema es que, más que gobierno, es anarquía. Porque, para sorpresa de muchos, no somos libres de sentir, sólo somos libres de consentir, encauzar u orientar ese sentimiento. Además los sentimientos son volubles, inestables, irracionales, pero fuertes y atractivos. La propia razón pasa a un segundo plano, que no tiene capacidad de contrarrestar la corriente. Los conocedores del tema se refieren al pensiero debole, pensamiento débil que no reconoce la verdad de las cosas, sino que se centra en lo que esas cosas me hacen sentir sin valorar causas ni consecuencias, sino concentrándose en el momento presente. “Hakuna matata” es el himno de la posmodernidad. Quienes fuman son conscientes del hecho: fumar puede causar cáncer. Sin embargo, te perdono el mal que me haces por lo bien que me sabes. No es cuestión de razón, es cuestión de corazón.

Por si lo anterior fuera poco, hay algo más: los sentimientos son fácilmente manejados por agentes externos. Una película, determinada canción, las telenovelas, frases dirigidas a la esfera emotiva del corazón pueden lograr que una persona se vea envuelta de manera tal que, sin considerar lo que piensa (sus principios y valores), tome decisiones con base en sus emociones o, en su defecto, en su hígado. Hoy está de moda ser posmoderno, ser homo sentimentalis. Querido lector, ¿estás a la moda?

¡Vence el mal con el bien!