Flores en lugar de pedruscos

Autor:  Christian Fabrizio Andrade

 

 

Ese virus, que no se inclina ante edades ni condiciones sociales, y que propaga las deficiencias físicas, morales e intelectuales de las demás personas, se denomina maledicencia. Los padres critican a los hijos, los hijos critican a los padres; los gobernantes a los gobernados y los gobernados a los gobernantes; los hermanos a los hermanos, etcétera.

Las estaciones de radio poseen en lo alto de sus edificios antenas emisoras de ondas. Éstas recorren largas distancias hasta encontrar un aparato que las reciba y las convierta en noticias, música, pláticas y demás programas. Por esa torre principal miles de personas reciben cualquier tipo de información.

Difundir las deficiencias ajenas es facilísimo: sólo hay que compartir esas “noticias” al amigo, al compañero de oficina, a los familiares, y ¡ya está! Has contribuido a que los demás tengan una información “útil”, y probablemente, ellos serán medio de difusión hasta crear una larga cadena transmisora.

Hay un primer nivel para curarnos de esta enfermedad y requiere decisión para ir contra corriente: no hacer más propaganda de las carencias ajenas. Para evitar que el agua siga corriendo la única solución es cerrar la llave de paso. Esa llave de paso, adecuándola al lenguaje corporal, es la boca. De ella brotan flores; oraciones, poesías, canciones, noticias alegres… pero también de ella surge veneno. Ya lo decía el apóstol Santiago: “Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición” (Santiago 3, 9).

Este primer paso puede resultar difícil, más aún cuando nos encontramos constantemente este virus en algunos medios de comunicación más próximos. Pero es factible, porque llevamos dentro el deseo de ser solidarios ante los demás, ante los necesitados de justicia. Este es un buen paso el cual todos deberíamos dar.

El siguiente grado se encuentra en el pensar bien de los demás: Creer todo el bien que escuchamos y no creer sino el mal que vemos. No sólo es necesario evitar hablar mal de una persona, sino hay que creer en su buena fama y en la dignidad que merece por ser persona humana. Todos poseen cualidades que debemos descubrir. Este hallazgo lo lograremos mediante la convivencia y el trato con la persona. Nadie me podría hablar mejor de tu padre sino tú mismo, porque has vivido con él y lo conoces. Podremos conocer lo externo en una persona, pero lo que hay dentro de ella sólo se descubre si nos relacionamos con ella.

Pero el más valioso de estos niveles es practicar lo contrario a la maledicencia. En lugar de pensar mal y difundir las reseñas negativas sobre cualquier persona, se piensa bien y se difunden las noticias positivas. Si el término negativo es: maledicencia, el término positivo debería de ser: benedicencia, aunque este término no aparezca en los diccionarios.

Es edificante encontrarse con este tipo de gente. Hombres y mujeres tan incompatibles con los comentarios negativos como lo es el agua con el aceite. De cada intervención en una conversación no salen de su boca más que alabanzas y buenas noticias sobre los demás. No buscan el punto negro en el cuadro blanco, ¿quién no tiene puntos negros? Todos los tenemos, pero hay más de blanco que de negro, y hay que resaltar aquello de lo que más hay.

Como ves, la mejor manera de erradicar un vicio no es de forma negativa, arrancándolo cada vez que brota. Lo mejor es sustituirla con una virtud. Si se nos pide embellecer un jardín, no lo haremos solamente a base de no poner y quitar las piedras ásperas, sino en plantar rosas, claveles, jazmines y árboles frutales que adornen nuestro jardín espiritual.

La benedicencia hace un gran bien a nuestra sociedad: ya que contribuye a que los medios de comunicación se contagien de los aspectos positivos, se ponen en alto el nombre y la dignidad de una persona. Además favorece a la edificación de una sociedad donde prevalezca la caridad.

Todos estamos llamados a este grado. Depende de nosotros el futuro de la sociedad; y si no nos es posible cooperar con grandes empresas en su construcción, sí que lo está a través de esta pequeña pero gran virtud, porque a los ojos de Dios tiene mucho valor.