Es hora de despertarse del sueño

Autor:  Ignacio Buisán, L.C.

 

San Pablo decía a los cristianos que se encontraban en Roma: “Tomen en cuenta el momento que vivimos. Ya es hora de que se despierten del sueño, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer”.

Si hoy se nos dijesen estas palabras es posible que todos veríamos el momento que vivimos con preocupación y con pesimismo. Hay muchas cosas en él que nos pueden asustar y angustiar. El momento que vivimos es un momento que está caracterizado y dominado por la crisis económica, por la inseguridad, por la violencia generalizada, por las rupturas matrimoniales, por la soledad, por las depresiones, por el miedo, por la desconfianza, por la incertidumbre.

En medio de toda esta oscuridad y en medio de todo este clima negativo los hombres seguimos buscando algo que dé consistencia y espesor a nuestra vida. Lo malo es que muchas veces buscamos eso en “sueños” que ponen su esperanza en cosas de este mundo, en cosas que tarde o temprano se desvanecerán.

Por eso San Pablo también dice: “ya es hora de que se despierten del sueño”. Porque en el fondo el ideal del bienestar material o físico, que hoy tanto se busca y que tanto se promueve, es un sueño, es una falsa ilusión, es un engaño. Lo dice el Papa en su encíclica sobre la esperanza: “Puesto que el hombre sigue siendo libre y su libertad es también siempre frágil, nunca existirá en este mundo el reino del bien definitivamente consolidado”. Nuestra condición en esta tierra es una condición de tensión, de vigilancia, de combate. Lo queramos o no lo queramos estamos en guerra, y tenemos enemigos con los que hemos de combatir, dentro y fuera de nosotros, que nos impiden tener la paz verdadera y plena. Enemigos que no necesariamente se identifican con los sicarios o con la delincuencia organizada, que sí pueden matar el cuerpo, pero que no matan el alma.

El bienestar no puede ser nunca un fin, ni siquiera un ideal en sí mismo; y menos basarse en lo material o en la salud, porque tarde o temprano se acaban. El verdadero bienestar es una consecuencia; y es la consecuencia de estar bien posicionado ante Dios, es la consecuencia de abrirle las puertas de nuestra alma y de nuestro corazón a Él, e identificarme con su voluntad. Es la consecuencia de confiar plenamente en Él.

El verdadero bienestar está en la paz y en la alegría de ser lo que estamos llamados a ser, tengamos lo que tengamos, poco o mucho. El verdadero bienestar está en “caminar a la luz del Señor”, como nos lo invita a hacerlo el profeta Isaías; y no a la luz de la linterna de nuestro egoísmo, de nuestros intereses o de nuestros gustos. Una linterna a la que, tarde o temprano, se le acaban las pilas. El verdadero bienestar apunta hacia arriba y ve más lejos, porque el verdadero bienestar se encuentra sólo en Dios.

El Adviento nos educa en la espera, y también nos educa en la esperanza. Nos invita a ser como niños, nos mueve a adornar la casa con signos de alegría, nos empuja a ser sencillos. Tratemos de que el momento que vivimos no empañe las ventanas del alma, y no nos deje ver más lejos.

La Iglesia ha dispuesto que el tiempo de Adviento dure cuatro semanas. Cuatro semanas que son preparación para un solo día. Durante este tiempo somos educados en la espera. Y aún así corremos el riesgo de que la Navidad pase desapercibida.

En el fondo, la Navidad significa la entrada de Dios en el tiempo. De este modo, el tiempo queda redimido y se convierte en historia de salvación. La Navidad da una densidad eterna a cada momento, nos introduce en una nueva dimensión, en una nueva atmósfera.

Si los astronautas han de entrenarse para moverse en el espacio en ausencia de gravedad y para poder viajar en esas naves que los lanzan al espacio, con mayor motivo, hay que prepararse y dedicar algo de tiempo para la llegada del que es el Eterno, del que nos va a introducir en la eternidad, del que tiene palabras de vida eterna; Aquél para quien no pasa el tiempo y que nos hace partícipes de su eternidad mientras se amolda nuestra existencia al calendario.

Me gustó una reflexión del Santo Padre del 30 de noviembre de 2008: “Todos decimos que nos falta tiempo, pues el ritmo de la vida cotidiana se ha hecho para todos frenético. También en este sentido la Iglesia tiene una buena noticia que ofrecer: Dios nos da su tiempo. Nosotros tenemos siempre poco tiempo, especialmente para el Señor, no sabemos o a veces no queremos encontrar ese tiempo. Pues bien, ¡Dios tiene tiempo para nosotros! Sí, Dios nos da su tiempo, pues ha entrado en la historia con su Palabra y sus obras de salvación para abrirla a la eternidad, para convertirla en historia de alianza”.

¡Vence el mal con el bien!