2 + 2 = 5, 6 ó incluso 7

Autor:  Paúl Herrera, L.C.

 

“Si quieres hacer algo bien, hazlo tú mismo” ¡Qué frase tan contundente, tan directa, tan sencilla y tan... errónea!

Hay una mejor: si quieres hacer algo grande, maravilloso y duradero, busca un buen equipo. Jim Collins juntó un grupo de expertos para analizar la trayectoria de las mayores empresas estadounidenses. Quería saber de qué manera se las habían arreglado para triunfar. Se preguntaba con qué embrujo o hechizo vudú habían podido llegar tan alto en el mundo empresarial. El resultado lo publicó en un libro que llegó a ser un bestseller rápidamente. Se trata de “Good to Great: why some companies make the leap... and others don´t” (Collins Business, 2001).

Uno de los principios que él descubrió en casi la totalidad de estas megacompañías multimillonarias fue: antes de saber a dónde quieres ir, rodéate primero de un buen equipo de personas que te acompañen. Es lo mismo que dijo John D. Rockefeller, el hombre más rico del mundo en su momento, con otras palabras: “Me pueden quitar todas mis empresas y todo mi dinero. Déjenme mis hombres y volveré a remontar hasta donde he llegado”.

Todo esto no se trata sólo de dinero. Es mucho más. Desde que nacemos dependemos de otras personas. Nuestra mamá nos alimenta y cuida. Entre nuestros familiares aprendemos costumbres, una lengua, una cultura. En la escuela, la maestra nos enseña matemáticas, y los amigos nos enseñan cómo ponerle los nervios de punta a la maestra. Vamos haciendo parte de muchos “equipos”. El equipo de nuestra familia, el equipo de nuestros amigos, el equipo deportivo de la escuela.

Pero llega el momento en que todos nos sentimos independientes, intocables e imbatibles. Los años pasan y queremos la autonomía total. Caemos en la trampa de formular ese letal dogma interno: “Si quieres hacer algo bien, hazlo tú mismo.”

Así como las grandes empresas que Collins analizó, las grandes vidas son las que se unen a buenos equipos. Son las que llegan a deducir esta extrañísima ecuación matemática: que 2 + 2 es igual a 5, 6, 7 e incluso más mientras mejor se vive la magia del “espíritu de equipo”. Un equipo unido es algo muy especial, porque no es simplemente la suma de cada uno de sus miembros. Es, más bien, la multiplicación de los esfuerzos de manera tal que se es mucho más eficaz de cuanto se pudiera ser si cada uno obrara en manera individual.

¿Han visto alguna vez un juego de fútbol donde no parece que son 11 jugadores contra otros 11, sino que son unos 15 contra 11? Pareciera que por cada jugador de un equipo hay dos del contrario, que brotaran defensas y atacantes hasta de la tierra. Pero al contarlos bien, resulta que todo está como la FIFA manda. ¿Qué pasa entonces? Esos “jugadores extras” son la capacidad de compaginarse de los atletas, son la eficacia de un buen espíritu de equipo puesto en práctica.

Si Napoleón Bonaparte, en vez de haber sido uno de los mayores líderes individualistas de todos los tiempos, hubiera jugado en equipo, tal vez su imperio no se hubiera deshecho tan rápidamente. En cambio, otro de los mayores líderes de la historia creó un buen equipo de 12 miembros principales. Los escogió. Los formó. Les aguantó sus limitaciones. Pero la obra que creó, la Iglesia Católica, lleva casi 2000 años de constante crecimiento. ¡Toda una obra maestra del espíritu de equipo!