El saber no empobrece

Autor:  Éder Monegat

 

 

Cuando éramos niños mamá nos instaba mucho al estudio. De modo que después de haber oído: ¡estudia! tantas veces, resulta que odiamos un tanto el estudio. Parece que ante el estudio nos sentimos molestos. ¿Por qué? Porque cuesta. Estudiar es arduo y difícil. Digamos que el estudio continuo, responsable y exigente lo abarca todo. 

El pasado está bombardeado de hombres ilustres. ¡Qué personas! Ante grandes eruditos, y más aún, ante los sabios y santos, agachamos la cabeza. 

Quizá a veces contemplamos el saber como algo inalcanzable. Como un niño, que no sabe levantarse, y quiere el juguete que se encuentra sobre el armario. Sin embargo, también nos vienen excusas. Si yo tuviera estos talentos… Si yo tuviera más capacidad… Al fin y al cabo las excusas jamás faltan. 

Ante esta postura algo debe cambiar. Es imposible que no tengamos ninguna cualidad. Analicemos nuestra vida. Hablemos coherentemente: ¿quiero de verdad ser alguien? ¿Quiero influir en la sociedad? ¿Quiero conocer y saber más para obrar mejor en la vida…? Nadie tiene tu respuesta, sólo depende de cada uno de nosotros en gran medida. 

El interés en el estudio es fundamental. O mejor dicho, indispensable. Posteriormente, lo importante es la constancia. Nadie con una mera volición ha concluido una carrera, ni tampoco lo ha realizado desde un mero pensar. Nadie con un único impulso difuminado ha consumado una empresa. Tampoco con un simple deseo se escala una montaña. ¡Lucha! ¡Prosigue! Ten siempre presente el fin. Como dice el libro de Job: «la vida del hombre sobre la tierra es una continua milicia». 

Pero, ¿hemos pensado en clave espiritual? Afortunadamente en la eternidad no estudiaremos. Aquí y ahora la vida se presenta como la única para escudriñar los insuficientes pozos sondeados del saber. Pero el tiempo no perdona y no vuelve nunca. La fatiga se hace solamente aquí y una sola vez.

¡Qué gusto da charlar con personas doctas! Con personas que saben, que tienen experiencias enriquecedoras. 

La razón humana no es mala ni daña a la persona. Como todo regalo divino hemos de desarrollarla para el bien. Puesto que lo que nos diferencia de los animales irracionales es precisamente la razón. Esto no significa que seamos meras mentes pensantes, que fabrican ideas o conceptos, y que viven sólo para almacenar conocimientos sin sentido. ¡No! Toda nuestra sabiduría adquirida nos ayuda a conocernos, a aceptarnos y especialmente nos ayuda a obrar mejor como seres humanos y católicos. Pues Dios nos hizo personas humanas. 

Con nuestra inteligencia desarrollada en todas sus dimensiones podemos dirigir luego todas nuestras potencialidades naturales y sobrenaturales hacia el bien y el amor verdadero. Pues como decía Pascal: «la razón sólo da luz y el corazón sólo confusión».

El cristiano no ha de despreciar jamás la razón pues por medio de esta conocemos a Dios. Con el estudio recto y sincero de las cosas redescubrimos la verdad. Quizá nuestro nombre no figurará o quizá sí resplandecerá entre los más altos pensadores como: Aristóteles, Tomás de Aquino, Einstein, Newton, Tolkien, Agustín de Hipona, Kant, Cervantes, Juan Pablo II… Entre otros muchos de la amplia gama del saber… Pero podemos esforzarnos y dejar huella en la medida que podamos.

Requerimos saber no para vanagloriarnos, sino para vivir y defender la verdad y la fe. ¡Cuánto hemos de valorar a nuestro actual Papa! Muchos científicos, filósofos, literarios, políticos, etc. lo valoran y reverencian por su sabiduría. Pero cuanto más se admira de Él, es su sencillez de saber. 

No podré olvidar aquel momento, en que Giovanni, un joven 21 años interrogó al Papa, en la plaza de san Pedro, en el Vaticano. Cuando iba desglosando la pregunta, parecía que el Papa estaba acorralado. La plaza de san Pedro, antes emocionada, comenzaba a sentirse fría, congelada. De aquella pregunta recuerdo: «Le pido que nos ayude a armonizar la fe y la ciencia tecnológica, pues a veces nos presentan la fe y la ciencia, como totalmente separadas. Según algunos, todo está plenamente interpretado por la matemática-lógica y originado por el caos, por ello, Dios no existe y no es fácil redescubrir los designios divinos sobre el universo y sobre el hombre».

Pero, fue todo lo contrario. Benedicto estaba sonriendo y con él todos comenzamos a sonreír. Parecía una cuestión imposible de responder, pero el Santo Padre fue desgajando la respuesta con sencillez y claridad. 

El Sencillo Pastor respondía esclareciendo: «Galileo creía que Dios había dado dos libros al hombre para conocer: el de la naturaleza y el de la sagrada escritura. Él apreció más el de la naturaleza, optando por la matemática, que no crea el mundo, sino que lo interpreta. La matemática es buena, pero al fin de cuentas es una invención genial del espíritu humano. Lo realmente sorprendente es cómo nuestra razón humana se relaciona con el mundo.

Ciertamente hay teorías limitadas, pues si todo fuera afirmado por el caos, la misma ciencia se pondría en crisis, pues nuestra ciencia humana supone que algo sea bueno e inteligente. 

Finalmente el Papa llega a la parte más decisiva: Ante la existencia de Dios hay sólo dos opciones: o damos prioridad a la razón creadora libre o damos prioridad a lo irracional, algo meramente ocasional y marginal. En definitiva, no se puede "probar" uno u otro proyecto, pero la gran opción del cristianismo es la opción por la racionalidad y por la prioridad de la razón. Esta opción me parece la mejor, pues nos demuestra que detrás de todo hay una gran Inteligencia, de la que nos podemos fiar. 

Pero a mí me parece que el verdadero problema actual contra la fe es el mal en el mundo: nos preguntamos cómo es compatible el mal con esta racionalidad del Creador. Y aquí realmente necesitamos al Dios que se encarnó y que nos muestra que él no sólo es una razón matemática, sino que esta razón originaria es también Amor. Si analizamos las grandes opciones, la opción cristiana es también hoy la más racional y la más humana. Por eso, podemos elaborar con confianza una filosofía, una visión del mundo basada en esta prioridad de la razón, en esta confianza en que la Razón creadora es Amor, y que este amor es Dios».

Saber es arduo, pero importante y necesario, pues cuanto más sepamos más podremos amar en la verdad. Si luchamos por continuar aprendiendo y estudiando y conociendo más nuestra fe y la ciencia, lograremos un mayor desarrollo de nuestra persona humana en bien de la fe y de nosotros los hombres.


¡Vence el mal con el bien!