... y sin embargo, alegría

Autor: Padre Tomás Rodriguez

 

La alegría no es una palabra más o menos agradable que nos quiere tener engatusados para olvidar tristes realidades.

Podemos hacer una lista interminable de injusticias, inmoralidades, explotaciones, robos,  atropellos, venganzas, asaltos, secuestros, muertes..., todo esto sería la cara de una moneda y, sin embargo, la alegría sería la otra cara. ¿Por qué razón? ¿Por la ley del contraste o compensación? La razón está en que la alegría es algo fundamental  en nuestra vida cristiana  y no consiste en pasar por alto  estos sufrimientos o tranquilizarnos con una pasiva resignación, esperando tiempos mejores o la promesa de una recompensa en un más allá.

Nada de eso. La alegría cristiana no puede ser ahogada por nada ni por nadie. El difunto Pablo VI en uno de los documentos más originales de su pontificado, en la Exhortación Apostólica sobre la alegría del 9 de mayo de 1975, viene a recordarnos una vez más que al alegría  es una virtud netamente  del Señor. El no desconocía los gravísimos problemas que asediaban al mundo y a pesar de todo nos habla de la alegría no como un somnífero para olvidarlos, sino como un rescate para labrar nuestra felicidad. Nos pone entre los ejemplos de la alegría que tenemos que imitar a Cristo, modelo supremo de gozo, que muere  en la cruz en un aparente fracaso; a María que vivió la alegría en el silencio, soledad y violenta condena de su Hijo; a los mártires que gozosos se abrazaron a la dura muerte, esperando el premio que les estaba reservado; a S. Francisco de Asís, el gran descubridor de que la alegría no está en el tener, pues, se “desposó con la pobreza”; a Santa Teresa de Lisieux que muere en plena juventud; al P. Maximiliano Kolbe, quien no duda en cambiar su vida por la de un compañero de prisión. En los modelos aducidos por el Papa se nos  muestra la compatibilidad que existe entre el sufrimiento, soledad, injusticia, pobreza, enfermedad, muerte y la alegría.

La alegría cristiana no tapa ni olvida los males e injusticias, es consciente de todo ello, pero no por eso se queda en lamentos o desesperación, sino que se pone en acción para resolverlo, pues, “sabemos que para el que ama a Dios todo le sirve para el bien” (Rom. 8,28)