Reconcíliate con la vida y estarás alegre

Autor: Padre Tomás Rodriguez

 

 

El problema del dolor, de la muerte nos inquieta a todos de una manera más o menos consciente.

Para ser normales tenemos que luchar por ser alegres, de ahí que ante el zarpazo del dolor nosotros no podemos amilanarnos como simples sufridos, ni gozarnos como masoquistas.

La realidad del dolor es inevitable antes o después, la mejor manera de sacarle jugo no es patalear contra él, sino acercarnos a besarlo para hacerlo más soportable.

La rosa se coge con cuidado por la delicadeza de su belleza y por el miedo a que los pinchos nos hieran. Una  vez tenida en la mano suavemente disfrutamos de ella no sólo con la vista, sino con el agradable olor, que nos proporciona.

El dolor y sufrimiento de la vida está enmarcado en un cuadro de la belleza, que tenemos que descubrir y nos proporciona una gran alegría, ¡el vivir!.

No podemos encapricharnos y patalear por años duros de nuestra existencia, hemos de disfrutar de lo que somos y el gran amor de Dios que nos arropa.

Las desgracias y dolores de la vida son momentos en las que Dios se nos ha ocultado, pero no se ha ido y no nos ha dejado solos para hacernos rabiar; sencillamente ha querido probarnos en el crisol de la contrariedad para salir más purificados y con espíritu más decidido de buscar a Dios antes que cualquier cosa.

Para sacar bien de lo malo hemos de dejar a un lado caprichos, egoísmos, y una actitud positiva aceptar la rosa de la vida con el cuidado de no clavarnos las espinas.

Reconciliados, puestos en paz con nosotros mismos, comenzaremos a disfrutar de la paz y alegría, no de aguantarnos, sino  de aceptar la realidad de nuestra existencia, vertida en una reacción constante de amor.

¿por qué te emperras en patalear como niño caprichoso contra las piedras con las que tropezaste? ¿No te sería mejor apartarlas de tu camino par ano tropezar más?

Como la madre que besa la herida que se ha hecho el niño, para que se cure más pronto, así hemos de hacer nosotros con las heridas ocasionadas por los choques de la vida. El beso de la madre sirve de bálsamo y hace que el niño deje de llorar.

Nuestro beso de reconciliación con las heridas de la vida nos hará estar más alegres.